martes, 20 de enero de 2015

Me mudo de sitio

¡Amigos!

Un año nuevo ha comenzado y no sólo me esperan nuevas aventuras ahora que adopté una nueva forma de viajar (ya no viajo sola ni como mochilera, sino que ahora viajo en bicicleta y en grupo, en específico con los viajeros ciclistas Bykings), sino que cambié el look de mi blog:

Los invito ahora a seguirme y a leerme en la plataforma de Wordpress, donde tengo alojado el blog de siempre, ya que dejaré de publicar aquí en Blogger.

Mi nueva dirección es https://catedraldepajaros.wordpress.com/, cuyo diseño, estoy segura, les agradará más.

También los invito a darle "Like" en Facebook a la página de Bykings y a seguir su blog en la dirección https://bykings.wordpress.com/.

¡Que los caminos se les abran, viajeros! :D



miércoles, 14 de enero de 2015

Los juguetes de San Miguel de Allende

En mi última visita a San Miguel de Allende, me sentí como una niña chiquita: paseé por todas las calles, perdiéndome en tiendas de artesanías y de antigüedades; entré en una botica para preguntar por el remedio contra los espantos; comí todos los dulces y busqué nuevos sabores, y me encontré con mermeladas de flor de nochebuena y gomitas de pétalos de rosa (puedes leer sobre los dulces de San Miguel aquí); y al final entré a La Esquina, el museo del juguete popular mexicano.




La Esquina se ha dedicado a recolectar, en sus tres pisos, amontonados unos sobre otros en una sinfonía de colores y una oda al barroco mexicano, juguetes artesanales de todos los rincones de México: encontramos muñecas de diferentes tamaños y materiales, de trapo,  de barro, vestidas con trajes típicos de Michoacán, con los ojos pintados a mano o con los rostros de cerámica resquebrajados; baleros, yoyos, matatenas; instrumentos musicales en miniatura; juguetes de cartón, madera, hojalata. En fin, es una galería donde se puede apreciar el colorido y la diversidad cultural del país a través de sus juguetes,pues un solo juguete puede tener distintos matices y variaciones: no es lo mismo un trompo de madera que uno de hojalata, o incluso uno de plástico.


Muñecas y pequeños trastos que atiborran una cocina


Títeres, marionetas y muñecos que salen de una caja


También había toda una sección de muñecas de Frida


 Muñecas de todo tipo


De trapo y con elefantes


Danzantes y guerreros prehispánicos de cartón 


 Toda una legión de guerreros aztecas que regresan de la muerte


Ferias que reflejan la alegría de México 


Ruedas de la fortuna 


 Carnavales y circos


Música y fiesta


 El espectáculo de la lucha libre


Y no podía faltar el Santo volando por los aires 


Sonajas para la música de Oaxaca


No podían faltar las muñecas aterradoras


 Me fascinó la expresión de esta muñeca


Y juguetes hermosísimos que mezclan las técnicas tradicionales con el arte contemporáneo



lunes, 12 de enero de 2015

Los dulces de San Miguel de Allende

Después de pasear unos días por Guanajuato durante este invierno, aunque ya había visitado hace un año la pequeña ciudad de San Miguel de Allende, hubo dos cosas que me fascinaron en esta visita: los dulces y los juguetes.


El colorido de las calles, de los dulces, de la gente


San Miguel de Allende es un pueblo mágico de Guanajuato que me cautivó cuando lo conocí por primera vez por la cantidad de iglesias que tenía: además de la famosa Parroquia --una impresionante iglesia neogótica de cantera rosa, característica de San Miguel de Allende porque sus torres terminadas en agudas puntas adquieren tonalidades anaranjadas durante el atardecer mientras la contemplas desde el mirador--...


Las torres de La Parroquia vista desde atrás


...su centro de calles adoquinadas tiene desperdigadas cientos de pequeñas iglesias que guardan íconos e imágenes de santos: Judas con los brazos extendidos de los que penden pulseras, lazos de color verde, peticiones escritas en trozos de papel largos y delgados, mechones de cabello; el Señor de los Milagros, una efigie de Jesucristo arrastrándose de rodillas que se dice que es milagrosa; milagritos de alpaca que centellean, plateados, a la luz de las veladoras, para que los santos concedan el milagro solicitado: un par de ojos para recuperarse de las cataratas, una mano, un alacrán.


Las manos de los santos


Además de esto, yo recordaba que había otra cosa que me había llamado la atención porque nunca antes había visto tal variedad, ingenio y humor, tanto de nombres como de ingredientes: los dulces típicos de San Miguel de Allende.


Algunos dulces


Había escuchado y probado los tumbagones, los pétalos de rosa cristalizados y los pedos de monja, pero este invierno, mientras paseaba con mi papá y mi hermana por el interminable mercado de artesanías, que atraviesa cuatro cuadras de las calles del centro, me encontré con un pequeño local que me llamó la atención porque en la pizarra colgada en una de sus paredes, anotados con tizas de colores, estaban los nombres de dulces que nunca había escuchado siquiera nombrar. Y como una de las principales razones por las que viajo es para probar platillos nuevos, pero, sobre todo, en busca de todos los postres  y dulces del mundo, tuve que entrar en esa tienda.




“Naranja Dulce” es un negocio familiar de Lorenzo Campos Alvarado y de su esposa, María Concepción Jiménez, que se encargan de elaborar/fabricar los dulces típicos de San Miguel de Allende, pero, sobre todo, de recuperar las recetas heredadas por sus abuelas y de experimentar para crear nuevos sabores y comenzar toda una nueva tradición de dulces.




Después de recorrer toda su tienda y de probar todos los dulces que tenían de muestra, no pude evitar mis ganas de entrevistar a Lorenzo, que fue increíblemente amable conmigo, pues además de regalarme unas gomitas de mezcal, me contó un poco sobre la historia de algunos de los dulces típicos de la región.




El tumbagón es, en realidad, un dulce francés que fue traído por los franciscanos a San Miguel de Allende. Su nombre proviene de la palabra tumbaga, que significa “anillo de compromiso”, y se servía durante las bodas. La tradición que rodea a este dulce es que debe comerse entero, pues, de lo contrario, las personas que rompen el  dulce cuando lo muerden son infieles a su pareja. Éste es un dulce que se elabora a base de harina de trigo, licor de naranja agria, un poco de anís, licor de caña  y huevo, con lo que se obtiene una masa que luego se enrolla, se fríe y se espolvorea con canela y azúcar glass, lo que le da una apariencia de un blanco dedo de novia.


Varios tumbagones


Derivado de este dulce, una idea original de Naranja Dulce es la crema de tumbagón, un delicioso licor elaborado con tumbagones reales, enteros, que son molidos y mezclados con licor de naranja agria, que también es elaborado por los reposteros de Naranja Dulce. Las naranjas son recolectadas y se dejan macerar en licor de caña, donde soltarán su sabor. En este licor se aprovecha tanto la pulpa como la cáscara, pues el aroma lo da cáscara, mientras que el sabor lo proporciona la pulpa. Tras esto, se muelen los tumbagones y se incorporan a la crema.


La auténtica receta de la abuela :)


Los nopales crecen en abundacia en los desiertos que rodean San Miguel. El xoconostle es la fruta del nopal, que, por su sabor amargo, no es aprovechada por los campesinos ni por los cocineros en la gastronomía regional. Pero el objetivo de Naranja Dulce, y una razón más por la que me parece un excelente proyecto, que debe ser apoyado y difundido, es aprovechar los recursos que se dan en la zona –en este caso, la tuna--, para activar la economía local, y dar paso para que el xoconostle se convierta en el dulce icónico de San Miguel. Lorenzo y María, así como todos los que trabajan en Naranja Dulce, están involucrados en todo el proceso de creación de éste y los demás dulces: recolectan, cortan y pelan la tuna para aprovechar su corazón y así crear cuatro dulces de xoconostle: con chocolate oscuro, chocolate blanco, chamoy o licor de caña.


Unas cajitas de xoconostle


La cajeta es, también, un dulce muy codiciado  en la zona, pues Celaya, una ciudad cerca de Querétaro, es famosa por el delicioso dulce de leche que produce. Sin embargo, Lorenzo y su familia la elaboran artesanalmente:

Se hace toda  una ceremonia [alrededor del proceso de elaboración de la cajeta], no puedes sólo poner una olla y la leche. Hay que curar el cazo, así lo hacía mi abuela. Quemaba azúcar moreno, canela, y luego colocaba el cazo hacia arriba, y cuando recibía el humazo, que así le llaman, entonces ponía la leche, después la canela, le agregaba un poquito de clavo, un poquito de anís, y lo movía lentamente. Todo esto se hace en un fogón con leña de mezquite.

Se crean cuatro sabores: la cajeta quemada, que es el último proceso; la cajeta envinada, que lleva un poco de licor de caña; la cajeta de vainilla y la cajeta natural.

Con ese mismo proceso, pero en uno más lento, se crea la cajeta de flores, que es una creación nuestra. Se le agregan pétalos de rosa orgánicos, de rosas cultivadas en casa, se agrega lavanda y la buganvilia, que es la flor típica de San Miguel.




Además de la crema de tumbagón y de las cajetas florales, que son reinvenciones de un dulce que ya existía como tal en la cultura y en la tradición de los dulces mexicanos, comenzaron no sólo a crear dulces nuevos, de invención propia, sino a generar alrededor de ellos una historia, un discurso propio, un valor cultural arraigado a la propia historia y cultura de San Miguel de Allende, más allá de la carencia de identidad de los dulces producidos en masa, sin alma; crearon un juego:crearon “las suegras”:

La naranja en San Miguel de Allende tampoco se aprovecha, se tira tras colocarla en los altares en Semana Santa. Decidimos confitar la cáscara, que es muy suave, muy aromática, tiene un sabor muy bueno. Se confita con azúcar moreno y piloncillo y después se le agrega el chocolate amargo. Y queda un chocolate entre amargo y dulce. Porque las suegras son así: amargamente dulces. O dulcemente amargas.

Y a partir de ese dulce crearon toda la familia:

Las cuñadas: cáscaras de toronja con chocolate blanco. Las cuñadas son o pretenden ser unas blancas palomas al principio y después resultan ser más amargas que las suegras.


Suegras y cuñadas

Los suegros: el carambolo, la fruta estrella, se confita, y se obtiene una hélice con chocolate amargo, pero que en realidad todo en su conjunto resulta ser muy dulce. Porque el suegro siempre les da el avión tanto a las suegras como a las cuñadas.

Los cuñados: limones confitados con chocolate oscuro y chocolate blanco, porque pretenden ser doble cara y al final son de corazón amargo.

Las nueras: rodajas de lima con todo y su jugo, confitadas y cubiertas con chocolate blanco. La lima siempre le baja la presión a todo el  mundo, y, por lo general, las nueras siempre les bajan la presión al suegro y a la suegra.

Pero luego me contó su arma secreta y, en definitiva, uno de mis dulces favoritos y de los que más me hicieron reír:

En Querétaro hacen un dulce que se llama “pedos de monja”, que pegó  mucho y atrae a mucha gente. Aquí en San Miguel nos caracterizamos porque hay muchas monjas y monjes. Hay incluso un puente, el Puente del Monje, que viene desde Celaya. La idea es que un monje se dio un atracón, así que hizo las cacas pecaminosas, que son de chocolate con chile; después lo ponen a dietas blandas y hace las cacas inmaculadas, que son blancas: llevan arándano, coco y chocolate de alta repostería. Las de monjas no llevan chile, sólo se les agrega pétalos de rosa, porque las monjas todo lo hacen bien.


No tengo que hacer hincapié en la  forma y el color de estos dulces...


Las cacas de monja


Si pasan por San Miguel de Allende, no sólo compren los dulces que encontrarán en cualquier lugar de la República, sino busquen, específicamente, los de Naranja Dulce, pues son creados a partir de los ingredientes y la historia de su lugar de origen. Esto los vuelve más especiales aún, pues no podrán encontrarlos en ningún otro lugar que nos sea en San Miguel.

Estamos tratando de mantener una tradición que es de antaño, que queremos seguir preservando, pero también queremos darle un toque más juvenil: tú vas a  cualquier dulcería y encuentras siempre lo mismo. Queremos que la gente vea y explore nuevos sabores.


La tienda es realmente acogedora


Muchas gracias a Lorenzo por dejarme hacer esta entrevista. Les deseo toda la suerte y que sus dulces viajen de boca en boca por todo México.


Nuestra canasta de dulces al final



jueves, 8 de enero de 2015

Lo que me llevo

Los últimos días antes de emprender el viaje los dediqué a hablar y despedirme de todas las personas que quiero y que han sido importantes para mí en algún momento de mi vida. Antes de irme, todas me dieron algo, aunque en ese momento ellas no fueran conscientes de ello.

Y esto, además de mis alforjas llenas con todas las cosas que puedo cargar en una bicicleta, es lo que me llevo de viaje:

Me llevo una despedida mal dada, la única que quedó trunca. Me llevo la rabia de mi madre y un perdón que di, pero que no me fue dado a cambio. Me llevo un sabor amargo en los labios, ése que dejan los malos augurios cuando se sabe que las ausencias serán prolongadas. Pero me voy con la jarana que me regaló para que pueda ganar un poco de dinero al tocar algunos sones veracruzanos en las banquetas de las ciudades a las que viaje. Me llevo la esperanza de que ella pueda sanar y, sobre todo, el corazón tranquilo porque sé que la quiero.

Me llevo un San Judas alrededor del cuello, santo patrono de los casos perdidos y desesperados, y la tristeza de mi padre: su suspiro de alivio cuando supo que todas sus plegarias habían sido escuchadas y que me encontraba a salvo después de mi primer viaje. Me llevo mi asombro al saber que había rezado cada día por mí. Me llevo una tortuga de trapo que me regaló para que nunca estuviera sola, así como cuando yo era una niña le regalé un perro de peluche para que siempre viajara con él en su equipaje en cada uno de sus viajes.


Mi papá cantando Cielito lindo a todo pulmón en una trajinera con mi hermana


Me llevo los ojos llorosos de mi abuela que me dijeron que ésa sería nuestra última despedida.

Me llevo la herencia de la familia en las palabras de mi abuelo: “Saliste una Casas, tienes el espíritu aventurero”, y su carcajada bonachona tras decirme que me tenía envidia y que, si pudiera, se subiría a su bicicleta para llegar hasta Argentina con nosotros. Me llevo su bendición y una historia sobre aventuras marítimas: Me confesó que sólo había una cosa de la que se arrepentía en su vida: la de haber rechazado la oportunidad, más o menos cuando tenía la misma edad que yo, de navegar un velero desde el Golfo de México, por toda la costa, hasta atravesar el canal de Panamá y llegar hasta Acapulco; se arrepentía de haber dejado pasar la oportunidad de haber vivido una aventura. Y ahora, sin decirlo, me pedía que no cometiera su mismo error: me deseaba que tuviera una gran aventura. Por eso amo tanto a mi abuelo y por eso es mi persona favorita en el mundo.


Mi Abi


Me llevo palabras llenas de luz, que guían, como una brújula, mi camino:

Prenderé veladoras para que te ayuden a iluminar tu travesía.
Yoko Ñim 
Pide que el camino sea largo. Que muchas sean las mañanas de verano en que llegues -¡con qué placer y alegría!- a puertos nunca vistos antes.
Andrés Uribe Carvajal 
Cuando le salen alas a los seres, también a las letras.
Mónica Puyhol

Me llevo el cariño de mi hermana, una confianza y un acercamiento que no habíamos tenido nunca durante toda nuestra vida juntas. Me llevo su felicidad, su libertad, su sinceridad, sus ganas de quererme, de confiar en mí. Me llevo su admiración. Me llevo todo mi amor por ella. Me llevo la fotografía de una vela encendida frente al nicho de San Pedro, para que me proteja mientras viajo. Me llevo su voz triste cuando se despedía de mí.


El santuario espiritual que le dejé a mi hermana para que encendiera velas por mí


Me llevo los brazos desnudos para llenarlos de amuletos, de pulseras, de dijes de la buena suerte de cada lugar que visite, de todos los recuerdos que la gente quiera darme. Y para que, tiempo después, yo también se los regale a otro viajero.

Me llevo dos novelas inéditas y en proceso de creación de Amaury y las únicas palabras de aliento que pudo darme, y que significaron más para mí que todo lo que no me dijo: “Eres un águila muy valiente”.

Me llevo cientos de fotos de los lugares que he visitado guardadas en la memoria de mi computadora.

Me llevo más libros de los que caben en mi mochila y que pesan más de lo que puedo cargar. Me voy con El laberinto de la soledad, Bajo el volcán, Amor y magia amorosa entre los aztecas, porque la nostalgia es tan grande que no he cruzado la frontera y ya necesito libros que me hablen de México.

Me llevo dos fotografías del mar y un poema que se escribió el día de mi cumpleaños. Me llevo el recuerdo de una pluma fuente, un sueño premonitorio y una plática en la que nos curamos las heridas. Estoy muy agradecida contigo, Bazán.

Me llevo la carta que siempre quise leer. Me la llevo con los ojos empapados cada vez que la vuelvo a leer. Me llevo el corazón triste porque me hubiera encantado que nuestro adiós hubiera sido diferente. Y me repito tus palabras:

Ahora sólo puedo pensar que el no escribirte también es una manera de quererte.

Me llevo una postal de Carla con una paloma que vuela a través de la ventana de mi departamento; me llevo el corazón rebosante de felicidad al saber que mi blog ha servido para inspirar a más personas para viajar o, por lo menos, para comenzar a escribir.

Es inspirador tu blog, y de eso se trata, creo. De tener un texto circulando en la red, que puede ayudar, inspirar, y generar cualquier sentimiento para alguien que lo necesite en ese momento. En fin, gracias.

La postal que me dedicó Carla
(Los invito a buscar su página de Facebook, Alambique, para que busquen las postales de sus viajes)


Me llevo una hermosa carta de Eduardo Zurita:

Un secreto: siempre he pensado que, de haber un "Dios" -como muchos dicen-, este debería ser una especie de pez gigante (o no) y que el mundo y todas sus epopeyas deberían ser una burbuja que pasa a veces frente a su ojo, a la que mira sin ver, sin comprendernos y probablemente sin percibirnos. Quizá, incluso, ese ojo tampoco nosotros lo percibiéramos como ojo, quizá nos pareciera una galaxia o una nebulosa (al fin, los iris en los ojos vistos de cerca también parecen fenómenos estelares). Tus ojos de Dios me recuerdan esa idea. Como tu libro, eventualmente te compraré uno. Y, pues dicen que si ves la línea, la línea te mira, y que cuando ves el mar te nace una escama, ¿no? Entonces a ver qué ve a qué, y qué nace, y qué mar.

Me llevo la bondad y la generosidad de Pablo Peña, que me acogió en su departamento los dos últimos días que estuve en Cuernavaca y que viví como una forastera en su propia ciudad. Y me llevo, gracias a él, una cuenta de Instagram que antes no sabía usar, jaja.

Me llevo una disculpa que debía desde hace mucho tiempo y la ligereza de ya no cargar con un resentimiento que me corroía por años. Gracias, Samantha :)

Me llevo el silencio de Davo. Me llevo el entendimiento mutuo de que no me diría nada porque los dos sabíamos que yo debía vivir esta experiencia, aunque él no estuviera de acuerdo. Me llevo su silencio, con el corazón ligero y una sonrisa muda, porque sé que ésta es su forma de decirme que me apoya.

Me llevo mis Flores inmudas para que lleguen hasta los rincones más recónditos de Latinoamérica.

Me llevo un abrazo de Diego y las esperanzas de cumplir un viaje que él siempre soñó.

Me llevo a la mejor compañera de viajes y a la guardiana de las personas distraídas y perdidizas como Yoko y como yo: Balli, la ballena, que desde el 5 de enero vive en mi mochila para cuidarla y para que no se me pierda. Balli viajará por muchos lugares antes de regresar contigo a contarte sus aventuras, Yoko, no temas.

Me llevo un cuaderno en blanco donde escribiré todas mis aventuras (algunas que no serán publicadas en este blog, jaja).

Me llevo, en fin, recuerdos de todas las personas que amo. Me siento agradecida de conocer a gente tan maravillosa, y afortunada porque ésas mismas personas me han dado tanto y he aprendido tanto de ellas.

Muchas gracias por todo lo que me han dado. Y aunque es egoísta todavía pedir más cosas aún, pido una más: Piensen en mí. Mándenme toda su energía positiva.

Enciendan una veladora por mí, la necesitaré :)



miércoles, 31 de diciembre de 2014

Preludio al viaje

Esto está dedicado a todos los viajeros que abandonan todo,

que lo apuestan todo,
por el viaje.
Pero también para todos los que,
yo sé, se sentirán identificados.


Preludio al viaje (o qué siento antes de irme en un viaje que definitivamente cambiará mi vida por completo) ahora que es el primer día del año y sólo faltan cinco días para que salga mi avión a Playa del Carmen:

Unos días antes de regresar a Cuernavaca, mientras todavía estaba en Playa del Carmen, temía por mi regreso a la ciudad donde viví de forma sedentaria los primeros 23 años de mi vida, porque eso significaba el fin de mi viaje, por lo menos por un tiempo. Temía que mi vida volviera a la normalidad, que todo en lo que me había convertido se desvaneciera una vez que regresara a mi zona de confort, pero sobre todo, temía no viajar.

Sin embargo, una experiencia muy grata (dentro de la desilusionante experiencia de regresar a una ciudad que yo recordaba colorida y amada, cuando encontré un pueblo pequeño, triste y hostil, o por lo menos así me pareció los primeros días) fue la de descubrir que una vez que comienzas, no dejas de viajar.

Desde que llegué a Cuernavaca, comencé a vivir mi vida de una forma diferente. Con mayor seguridad y confianza, con más aplomo y clarividencia. Me sentía exactamente como en la frase de Alexander Supertramp en la película Into the Wild:

I read somewhere how important it is in life not necessarily to be strong, but to feel strong.

Y esto me permitió hacer cosas que antes no me atrevía a hacer. Como salir, fiestear y emborracharme (un poquito nada más, jaja) con mis amigos; ir a Jojutla y llenarme de grasa hasta los antebrazos por estar metida en un taller de mecánica arreglando una bicicleta; comer pan recién salido de un horno artesanal a medianoche en el zócalo de ese pueblito; ir a Santa María a un taller de laudería a ver cómo terminaban mi jarana hecha a mano, y luego asistir diario a mis clases de son jarocho.



Mi jarana y una postal que queda muy bien con el viaje a Argentina


Sé que pueden parecer cosas nimias o pequeñas, y que incluso en este momento yo puedo sonar bastante inocente y hasta ingenua, pero son cosas que me llenan porque son cosas que antes no podía hacer, ya fuera porque tenía un horario de oficina cuando trabajaba en el periódico o porque simplemente yo no me permitía esos pequeños placeres. Pero ahora lo hago y esta entrada es una especie de reconocimiento a mí misma.
En estos días de aparente calma antes de reiniciar el viaje, me dedico a desmantelar y despedirme del departamento en el que viví durante tres años. Esto ha sido de las cosas más difíciles que he tenido que hacer.

Pero algo muy malo, o por lo menos muy triste (vaciar mi departamento y pasar mi última noche en él), de pronto se convirtió en algo que me llenó de felicidad.

Enfrentarme a quitar el departamento en el que viví mis primeros años de independencia y de mi vida adulta era una de las cosas que más temía hacer durante los preparativos del viaje y, lo sabía, una de las cosas que más me dolería, pues aunque es difícil despedirse de las personas que quieres, este departamento, mi Stendhal (porque todo él era rojo y negro), tenía un enorme valor emocional para mí.

Mi última noche en el departamento la pasé casi de la misma forma en que la pasé la primera vez que dormí en él, cuando tenía 20 años: sin muebles, con el colchón en el suelo, con mis libros desordenados a su alrededor, y mi computadora.

Esa última noche la mudanza pasó unas horas antes llevándose todo lo que poco a poco había conseguido, con mi dinero y a lo largo de esos tres años, para habitar y decorar mi departamento: las mesas, la lavadora (¡qué felicidad no tener que lavar a mano!), mi ropa, mi valise azul (una maleta vintage) con mis recuerdos más preciados (algo que me hizo muy feliz es que, cuando llené esa maleta, me di cuenta de que las cosas que más atesoraba y que más temo que se pierdan son todas baratijas y cosas que no tienen un valor económico, sino sentimental para mí: cartas, adornos que he comprado en mis viajes, la pluma fuente que me regaló mi abuelo, cuadernos en los que he escrito las notas de mis cuentos y novelas, los zapatos que usé cuando era bebé y que quiero que un día use mi hija. Y es probablemente la única maleta por la que regrese a Cuernavaca, la ciudad que me vio nacer y crecer durante 23 años, antes de… ¿volver a viajar? ¿Regresar a la ciudad que habré escogido para vivir (¿por unos años, para el resto de mis años?)?).


Un cielo de fuego desde la ventana de mi departamento

Me quedaba sola en un departamento vacío, sin internet con el que distraerme de la tristeza que me rompía por dentro, con un vacío que sentía dentro de mí y no a mi alrededor.

Escribí:

Vaciar y dejar mi departamento (mi primer departamento, el lugar en el que gané mi independencia, el primer lugar que pude llamar completamente mío, la guarida que siempre soñé (sí, porque era todo lo que yo quería: un pequeño departamento en el centro de una ciudad, justo encima de una cafetería bohemia (todo suena tan cliché, ¿verdad?, jaja, me encanta), con una ventana desde la que se podía ver las ventanas de un hotel decadente, la azotea de un cine, un árbol de flores naranjas, la Catedral de Cuernavaca encendida de noche; un departamento al que venían mis amigos escritores para nuestras noches de taller literario, en las que comentábamos y criticábamos las novelas, poemas y cuentos que escribíamos), el hogar en el que viví tres años, cuya renta pagué con mi dinero y poco a poco amueblé) ha sido, definitivamente, una de las cosas que más me han dolido. 
Reto de viaje #1 (o, más bien, de pre-viaje): Quedarte sin casa, sin un lugar al que regresar, sin la privacidad y la seguridad que brinda un espacio propio, sin pertenencias más que las que caben en una mochila. Volverte verdaderamente nómada.

Sin embargo, mi tristeza poco a poco se fue transformando: decidí que mi última noche la viviría como siempre me hubiera gustado vivir en mi departamento: coloqué algunos puffs (los únicos muebles con los que había llegado tres años atrás y que servían de cama, sofá y silla), unos cuantos huacales en el suelo y encima mi laptop, un té de menta bien caliente, pan dulce y unos cigarros y, como hace mucho tiempo que no hacía (en la época en la que no existía Spotify, Grooveshark ni la radio por internet), puse un CD en una grabadora y escuché a Genius Kong, una banda de rock de Playa del Carmen de la que automáticamente me volví fan cuando los oí la primera vez (los invito a conocerlos en su página de Facebook). Y, oh, Dios, felicidad instantánea: me di cuenta de que no necesitaba nada más que escribir tomando un té caliente, comiendo pan dulce y escuchando buena música mientras fumaba un cigarro.


Es increíble que estas poquitas cosas me hicieran tan feliz


Algo que amo desde que viajo (porque sí, ahora sé que el viaje no se termina cuando regresas a tu lugar de origen, sino que una vez que comienzas, no dejas de viajar por dentro) es lo sorprendente, espontánea e impredecible que se ha convertido mi vida. Minutos después de escribir ese deprimente post en Facebook, recibía un mensaje interesante e intrigante por igual, de una persona que no conocía.

Y a continuación la transcribo porque me parece una joya que debe ser compartida y leída, y también lo hago como un regalo, una pequeña ventana abierta para se asomen en mi mundo privado y en mi correspondencia:

¿En verdad te quedaste sólo con lo que cabe en una maleta?

[Es decir, ¿lo demás fue regalado, vendido, desechado (compactado hasta quedar del tamaño de seis dados de cubilete)? ¿Fue dejado en custodia? ¿Fue dejado en un parque, una plaza o una avenida? (imagino un montón cubierto con una de las cortinas, y encima un letrero de "bomba" o "trampa para abejas africanas"; no sé si habría creído lo de bomba, pero de niño sí me habría puesto nervioso lo de las abejas...)] 
Es decir, hola: 
No nos conocemos sino por un breve intercambio de mensajes (sigo sin comprar tu libro, pero eventualmente lo haré). Sin embargo, por la cualidad metafísica del facebook, me son familiares tus actualizaciones (lo sé: algo hay de torcido y bello en eso). Y ahora que vi la que habla sobre la casa vacía (¿a poco no suena a un cuento de algún ruso radicado en Francia?), me vino la idea de que me parece poco asimilable la idea del viaje unidireccional que me parece que estás haciendo. Es decir, entiendo el concepto, puedo imaginar suficientes motivaciones, encuentro la idea por completo fascinante como para que no choque con mis nociones del universo (al contrario, lo siento como parte del ámbito cambiante de la "poesía de adn", que hace que las cosas tengan tal o cual sabor), pero, aun así, me cuesta concebirlo. 
Pienso en las cuestiones... ¿prácticas?, como la de qué pasó con lo que no cupo en la maleta. Quizá porque de momento estoy poco cerca de un viaje como el tuyo, pero me intriga como lo hace... no sé... un dodecaedro. Por ejemplo, ¿en serio estás viajando en una sola dirección? ¿Vas hacia un frontera? ¿Cómo es? (¿Qué se ve a tu izquierda?)
Con esto, me vienen dos cosas a la mente: 1) que Siddharta aprendió a ser el arco y la flecha cuando abandonó la casa de sus padres para unirse a los ascetas, y creo que viajar como sospecho que haces debe parecerse a eso un poco; 2) una vez conocí a un mexicano llamado Jesús que llevaba viajando seis meses por Europa y quería hacerlo por cerca de dos años, y sé que cuando lo vi estaba por irse dos semanas a una montaña en Sofía con la familia de su novia búlgara, con la que llevaba dos semanas saliendo, y que dos meses después estaba viviendo en Budapest, sin novia, sin familia de la novia y sin montaña ni Sofía, y creo que también hay algo de ascetismo moderno en eso (y un mucho de risa). 
Es decir (por tercera vez), ¿qué sientes donde estás?, si no es invasiva la pregunta. No te pregunto por morbo. Sólo siento deseos de preguntarte eso. Y de saludarte. Disculpa si interrumpo tu rato sombrío.

Hola.

Viajo para encontrarme con cosas como éstas. Viajo para conocer personas, pero sobre todo para escucharlas, para oír todo lo que me quieren decir, para conocer sus historias y todo lo que deseen compartir conmigo. Viajo para escribir. Viajo para que me escriban. Viajo para leer y, sobre todo, para leer cartas como ésta. Viajo para responder a estas cartas.

Y ésta fue mi respuesta:

Eduardo: 
Hay tantos Eduardos en mi vida. Sí, me di cuenta cuando buscaba tu nombre en Facebook. Y todos son artistas. Está, por ejemplo, Eduardo Casillas, el artista visual que ilustró mi plaquette con sus inquietantes grabados; Eduardo Velarde, guitarrista de rock y de jazz que estudió conmigo en la universidad, aunque yo tenía 20 años y él, 35; Eduardo Chagoya, escritor, alumno mío en el taller de cuento que di por casi un año en Cuernavaca y, sí, en mi departamento, el departamento que hoy abandono; y ahora tú, Eduardo Zurita, dueño de las letras. 
Me quedé sólo con lo que cabe en una mochila.

Todo lo demás fue regalado, vendido, donado. Le pedí a Amaury, uno de mis mejores amigos y uno de los escritores que, en mi opinión, es uno de los grandes de nuestra generación, que guardara todos mis libros, aunque en el fondo los dos sabíamos que eso era más un regalo que un préstamo, pues sé que cuando regrese (si es que regreso, cuando regrese), muchos de ellos habrán desaparecido, no se les podrá encontrar por ninguna parte, los habrá robado de verdad, escondidos en su cuarto, debajo de su almohada, dentro de uno de esos portafolios que le gusta buscar y coleccionar, donde yo no pueda verlos y reclamarlos; otros estarán mutilados, deshojados, amarillos, perdidos en sus propias páginas. Y duele. Los dos sabíamos, sin decirlo, que nunca más serían míos, o por lo menos sólo lo serían unos cuantos. Pero aún sabiendo esto preferí dárselos a él, una de las personas que sabía que, aunque los descuidaría, podría apreciarlos y disfrutarlos como nadie más que yo podría hacerlo. 

Los únicos libros con los que me quedé... y que me llevaré de viaje

Vendí lo que no me dolía, lo que me era ajeno, lo que sólo tenía un uso práctico: el refrigerador, el microondas. Y doné ropa, libros, cosas que sabía que podrían serle de ayuda a alguien. Traté de devolver algo de lo mucho que ya me han dado desde que empecé a viajar.

Pero aún quedan cosas. Me gustan los objetos, no por su valor económico, sino por ellos mismos. ¿Qué hago con los cadáveres de flores dentro de vasos de vidrio?, ¿con las fotografías de cráneos y sillas de ruedas que colgaban en mis paredes?, ¿con los 16 cuadernos que he guardado durante toda mi vida, llenos de todo lo que he escrito desde que comencé a escribir?, ¿con los Ojos de Dios que tejí?

Mi Ojo de Dios

Pero ahora pienso que debería seguir tu consejo o, más bien, que debería responder a la pregunta que me hiciste: ¿mis cosas fueron atadas y envueltas, para luego ser abandonadas para otro viajero, para otro curioso?

No. 
Pero ahora pienso dejar varios paquetes al lado de una fuente, sobre una banca en el zócalo, en un asiento vacío en la ruta. Con libros, con una cuchara y un tenedor, y tal vez algo para desconcertar: ¿un gancho de plástico para ropa?, ¿una garza de origami? Y con una nota:

Para ti, viajero. 
¿Qué pasa con las cosas que no caben en la mochila? Es tan difícil. Hoy están dispuestas en mi cama todas las cosas que llevaré en el viaje, ocupando el espacio que debería estar usando en este momento para descansar (es medianoche, pero desde que viajo no duermo: tengo tantas ganas de estar viva). Algunas cosas son ridículas, innecesarias, pesadas. La Ana viajera me dice que estoy exagerando, que podría viajar perfectamente sin la mitad de ellas; pero la Ana coleccionista no puede desprenderse de los objetos, sobre todo, de la idea romántica que ha concebido alrededor de ellos: como cuadernos que no voy a llenar; sobres para escribir cartas y mandarlas desde cada país al que viaje (envíame tu dirección y así una llegará a tu casa, un día); más libros de los que puedo cargar y que tendré que abandonar, de nuevo, o mejor dicho, liberar para que se vuelvan viajeros también; palos de madera, madejas de estambre y los Ojos de Dios que tejo para vender en las calles y tener un poco de dinero para poder comer ese día… La mayoría, cosas que podría conseguir durante el viaje en lugar de cargarlas desde el principio, pero me gustan los objetos por lo que son, ¿recuerdas? Me gusta su peso, su gravedad. Su conjunto: la idea de que una jarana, una cámara fotográfica y un cuaderno compartan el mismo espacio, dentro de una mochila. 

Todas las cosas que debían caber en una mochila... 

No viajo en una sola dirección. Soy, como dices, un dodecaedro. Viajo hacia adelante, dando pasos hacia atrás, perdiéndome y dando vueltas en círculo, viajo hacia adentro; busco doce dimensiones para viajar por cada una de ellas al mismo tiempo; viajo en el espacio, pero también en el tiempo (¿quién soy, quién fui, quién seré?), viajo en busca de otros caminos; viajo caóticamente, sin eficiencia en el camino ni en el destino, pero sí en experiencia; viajo dentro de mí. 
Viajo, si tuviera que trazar una ruta, hacia Playa del Carmen, para luego continuar en bicicleta hasta Argentina. Una peregrinación literaria por los países de García Márquez, de Cortázar. Pero el camino cambia todo el tiempo: ¿iremos primero a Cuba, en un barco pesquero donde nos ganaremos nuestro traslado y nuestra comida como aprendices de marineros?, ¿o la primera frontera será Belice, después de dejar atrás Tulum, Mahahual, Chetumal?

Hay una frontera y a mi izquierda se ve el mar. 
¿Qué siento donde estoy? 
Últimamente, cuando me embarga la tristeza, trato de recordarme que no debo estar triste porque mi tiempo viviendo en este departamento se terminó, sino que debo estar agradecida por el tiempo que viví ahí. Y lo estoy. Y sonrío :) 
Tal vez siempre he tenido prisas por vivir: por independizarme e irme a vivir a mi propio departamento a los 20 años; por trabajar y estudiar al mismo tiempo para pagar mis estudios; por emprender un viaje que mis padres llaman peligroso, incluso suicida (y tal vez tienen razón en eso) a los 24 años. Pero algo me dice que estoy en el camino correcto. Y voy a recorrer ese camino :)

Y al final todas mis pertenencias se redujeron a esto



martes, 30 de diciembre de 2014

El número 26

One baby to another says:
"I'm lucky to have met you".
"Drain you", Nirvana

(Agárrense porque ésta va larga.)

El 26 de octubre, el día que visité Chichén Itzá (sobre lo que hablo en "La acústica mágica de Chichén Itzá"), cumplí dos meses como mochilera.

Desde que comencé a viajar, mágicamente los números cobraron un peso y una importancia que no tenían antes. En Playa del Carmen conocí a Estéban, un guionista que me leyó mis números. Al principio estaba un poco escéptica, pero a diferencia de lo que hubiera hecho antes de convertirme en viajera, que hubiera sido juzgar y rechazar todo lo que me tuviera que decir a priori, quise tener una actitud abierta. Nadie nunca había leído mis números, y la verdad es que todo tipo de rituales adivinatorios pica increíblemente mi curiosidad.


Retrato que le tomé a Estéban en el ferry que va de Chiqiulá a la isla de Holbox


Gracias a estas nuevas ganas de escuchar, terminé llorando en medio de una cafetería (lo que también fue una nueva experiencia porque siempre reprimo mis ganas de llorar cuando estoy en público, ¡y más cuando la persona que está frente a mí es un completo desconocido!) ¡y descubrí que soy un tres (3)!

En realidad dos tres: un tres, un tres y un uno.

Según me explicó Estéban, la suma de mi fecha de nacimiento resulta en esas cifras:

21 de diciembre de 1990
(El día del apocalipsis maya, jaja)
21/12/1990
2 + 1 = 3      1 + 2 = 3      1 + 9 + 9 + 0 = 19      1 + 9 = 10      1 + 0 = 1
3 + 3 + 1 = 7

El tres es el número de la creatividad, lo que me hace muy feliz ¡porque incluso hay dos en mi fecha de nacimiento! Por lo que mi creatividad se reafirma en la segunda cifra, y el uno es el número del liderazgo. De acuerdo con esto, puedo utilizar mis habilidades para comunicarme y de escribir para guiar a las personas. Me gusta pensar que gracias a este blog puedo motivar a muchas personas para que empiecen a viajar o, por lo menos, inspirarlas para que sigan sus sueños :)
Pero, bueno, además de descubrir que éstos son mis números especiales (y que todos sumados dan siete, el número de la buena suerte), tiempo después, cuando David me preguntó si había un número que me persiguiera durante mi viaje, automáticamente le contesté que no, pero en cuanto me detuve a reflexionar un poco, me di cuenta de que sí había uno: el 26.

El 26 de agosto fue la fecha en la que tomé un camión de Cuernavaca, Morelos, al aeropuerto de la ciudad de México para volar a Cancún y comenzar mi viaje. Un mes después, fui al parque Xel-Há en la Riviera Maya con los amigos que hice durante el campamento tortuguero, donde disfrutamos del paquete todo incluido de comida y bebida, pues estábamos muertos de hambre después de tanto comer arroz y frijoles en el campamento (puedes leer sobre mi experiencia como tortuguera aquí), y esnorqueleamos hasta morir.


Hambrientos después de tanto cuidar tortugas


Y fue un domingo 26 de octubre, día en que la entrada a las zonas arqueológicas es gratuita para los mexicanos, que decidí festejar mi segundo mes como viajera yendo a Chichén Itzá. Pero también fue el día en que, aunque yo no lo supiera en ese momento, cambiaría mi vida, mis planes a futuro y mi forma de viajar.

Ese día, caluroso y soleado bajo el cielo despejado de Yucatán, mientras me sentaba en una banca para descansar del calor después de tomar fotos de las ruinas, se me acercó un chico muy joven que me preguntó si hablaba mexicano. En lugar de ofenderme, me dio mucha risa, y dejé que me contara cómo él y sus amigos estaban viajando en bicicleta y que apenas unos días antes habían llegado a un pueblo cerca de Chichén Itzá. Su plan era llegar hasta Argentina, lo que me sorprendió, pues era impresionante lo joven que era (apenas tenía 17 años), y me alegró que ya a esa edad emprendiera un viaje tan ambicioso como ése.

Seguí platicando con él y cuando le dije que yo también era viajera, se emocionó tanto que me dijo que quería presentarme a sus amigos. Lo seguí, y debajo de la sombra de un árbol, con una mueca de frustración y cansancio, estaba David.

No tenía pinta de que quisiera hacer nuevos amigos en ese momento. Aún así, Cheto, el chico de 17 años, nos presentó y quiso romper el hielo diciendo que David y yo éramos de Morelos. Me emocioné, pues nunca en mi viaje me había topado con un morelense. Le pregunté si era de Cuernavaca, como yo. Me respondió que era de Tepoztlán.

Tan cerca, tú en Tepoztlán y yo en Morelos, y teníamos que viajar a Chichén Itzá para venir a conocernos hasta acá,
le dije.

Me gustó la coincidencia. Me gustó la familiaridad. Me gustó sentirme cerca de mi origen. Me gustó que este viajero fuera de Tepoztlán, el único pueblo mágico de Morelos, un pequeño pueblito asentado en las faldas de una montaña a la que suben cientos de turistas cada día, pues en su cima se encuentran las ruinas de una pirámide prehispánica, el Tepozteco. Un pueblito pequeño, montañoso, rodeado de bosque; lleno de brujos, hechiceros, chamanes. Un pueblo cercano al lugar donde se dice que nació el dios Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, y donde supuestamente se encuentra la entrada al inframundo: el pueblo de Amatlán de Quetzalcóatl.

Comenzamos a recorrer juntos las pirámides y comenté de pasada, casi sin querer, que ese día estaba en Chichén Itzá porque quería celebrar mis dos meses como viajera. David me miró con cara de asombro y me preguntó con una urgencia que dolía: “¿Qué día saliste de viaje?”. El 26 de agosto, le contesté. Nosotros salimos de Querétaro el 26 de agosto, fue su respuesta.

La coincidencia me dejó pasmada. Me intrigaba la idea de haber encontrado, el mismo día que yo cumplía dos meses de viaje, en unas ruinas prehispánicas en las que sentía una atmósfera poderosa, cargada de sonidos selváticos, salvajes, secretos, a un viajero de Tepoztlán que había comenzado su viaje el mismo día que yo. Quería creer que eso tenía que significar algo.

Me contó que el grupo de ciclistas con el que viajaba se llamaba Bykings, que habían comenzado su viaje dos meses atrás, en Querétaro, y que su meta era llegar a Argentina en bicicleta. Seguimos caminando y conocí al resto de los Bykings: Omar, Memo, Edgar. Río, el sexto integrante, un viajero mitad brasileño, mitad inglés, se había quedado en el campamento donde los Bykings se habían asentado por unos días, una eco-aldea llamada “La embajada lemuriana”, donde trabajaban como voluntarios.


Los Bykings
De izquierda a derecha: Memo, Cheto, David, Río, Edgar y Omar
Foto: Cortesía de Bykings


Cheto me invitó a conocer la embajada. Dudé. Yo estaba quedándome en casa de Rubén, un chico de Couchsurfing que vivía en Valladolid, a más de una hora de donde me encontraba, y todas mis cosas se habían quedado ahí. Pero me dije: Para esto son los viajes: para vivir aventuras. Para no saber dónde estarás al día siguiente, para no saber dónde dormirás esa misma noche. Y esto nunca había sido tan cierto como cuando pasé esos días con los Bykings.

David y yo decidimos viajar solos, llegar a la embajada a nuestro ritmo. Caminamos hasta Pisté, el pueblo más cercano a las pirámides, donde buscamos huaraches para él (cuando lo conocí, tenía toda la pinta de hippie, pero después me di cuenta de que en verdad era un viajero cuando vi sus pies: cada uno tenía una sandalia diferente. Me contó que una se le había roto y que un día después había encontrado otra, tirada en la calle, esperándolo. Se vestía así no por gusto, sino por el viaje: vivía como un verdadero viajero: sin dinero, sin lujos. Nada de eso le importaba, lo único que quería era viajar).

 
Las raíces de David: Bien firmes en la tierra


Una vez ahí, pedimos ride a Libre Unión, el pueblo más cercano de donde se encontraba su eco-aldea. Nos levantaron cuatro sinaloenses que manejaban una camioneta blanca y que escuchaban música banda a todo volumen, que me dieron toda la pinta de narcos (también fumaban mota y hasta nos invitaron), pero eran muy carismáticos y fueron muy amables con nosotros durante todo el camino.

En Yucatán viajé todo el tiempo en ride. Me asombré porque, a pesar de que la gente cada vez tiene más miedo de dar y de pedir aventón por las horribles historias que llegan hasta nuestros oídos en la seguridad de nuestras casas, la gente que da aventón es mucho más linda y amable de lo que queremos creer. Y también el aventón puede provenir de las personas de las que menos te lo esperas: desde traileros hasta personas que en su juventud viajaron de esta forma y entienden lo que es estar parado por horas a un lado de la carretera esperando que alguien te lleve; desde norteños sospechosos, pero alegres, hasta universitarios de Mérida; agentes de ventas, agentes de Hacienda y constructores que te llevan en la cajuela de su pick-up, en la que tienes que sujetarte como puedas encima de bolsas de cemento y varillas de metal.

Cuando llegamos a Libre Unión, volvimos a pedir ride en la carretera hacia Yaxcabá, pues la eco-aldea se encontraba justo a la mitad de estos dos pueblos. Nos recogió un taxista y David, asombrado, me dijo: Esto sí es nuevo para mí, en los cuatro años que llevo viajando nunca me había dado aventón un taxi. Y para mí también era un asombro: un taxista regalaba algo por lo que normalmente hubiera cobrado. Sentí asombro por la generosidad humana.

Justo ese día había sido el cambio de horario de invierno, por lo que cuando llegamos a la Embajada Lemuriana, a las 5:00 de la tarde, estaba anocheciendo. La aldea estaba en medio de la nada: justo en la mitad del bosque. Te internabas unos cuantos pasos y perdías la señal de tu celular por completo. Caminamos por un sendero que nos adentraba en el bosque hasta que era imposible escuchar los sonidos de los escasos autos que atravesaban la carretera. Todos los sonidos provenían de la naturaleza. David me mostró la cabaña de madera y adobe donde Cheto y él dormían, y las cabañas en las que dormían los demás.


Un capítulo del videoblog Pedal the World que hace Río en su travesía por las Américas,
en el que habla sobre la Embajada Lemuriana


Antes de que se perdieran los últimos rayos del sol, subimos a una especie de casa de árbol: una estructura hecha con palos de madera desde la que se podía ver por encima de los árboles casi toda la Embajada Lemuriana mientras anochecía. Quise tomar fotos, pero algo dentro de mí me dijo que debía vivir ese momento, no fotografiarlo, a pesar de que se perderían las fotos de un lugar y de un momento hermoso.

Bajamos cuando ya había anochecido por completo. Encendimos una fogata para cocer los frijoles que serían nuestra cena esa noche. Después de un tiempo, cuando el resto de los Bykings regresó a la embajada, David dijo que quería ir a Yaxcabá a buscar pan dulce. Aunque sabía que era una causa perdida (nadie vende pan un domingo a las 9:00 de la noche y mucho menos en un pueblito), quería vivir la experiencia de vivir como ellos lo hacían: en bicicleta. Así que tomamos las bicicletas y David y yo pedaleamos por la carretera en medio de la oscuridad.



La bicicleta de David en Sian Ka'an
Foto: David Bravo Rivera


Platicamos durante todo el trayecto: sobre su vida, sobre cómo él no era mexicano de nacimiento, sino que era había llegado a México a los tres meses de edad, después de que su familia abandonó Líbano en calidad de refugiados de guerra; había vivido en Tepoztlán y luego se había mudado a Querétaro, donde había estudiado la preparatoria en el Tec de Monterrey porque había ganado la beca de excelencia (las coincidencias, una vez más, me asombraban: yo también había estudiado la prepa en el Tec de Cuernavaca con una beca del 90%); cómo había estudiado la carrera de Diseño Sustentable en Suiza y había pasado los últimos cuatro años de su vida viajando; cómo ya conocía todos los continentes del mundo, excepto Oceanía, a sus cortos 22 años de edad (aunque por sus bigotes largos y despeinados y por su forma de hablar pareciera que en realidad tuviera 26 ó 27 años). Un verdadero ciudadano del mundo. Un viajero.

Llegamos a Yaxcabá y, para mi sorpresa, después de preguntar en dos panaderías, encontramos pan dulce en la tercera. Parqueamos las bicis y nos sentamos en las escaleras a la entrada de una iglesia, desde donde podíamos ver casi todo el pueblo: el parque, la iglesia, un cenote. Platicamos mientras el frío de la noche se tendía sobre nuestros hombros. Comíamos pan y las lechuzas, gigantescas y blancas, volaban frente a nosotros para descender al cenote a tomar agua.

Yo no tenía más que la ropa que llevaba puesta, pues había dejado todo lo demás en Valladolid, en casa de Rubén, por lo que después de un tiempo no pude soportar más el frío.

Le pedí a David que regresáramos al campamento. Llegamos casi a medianoche. El resto de los Bykings estaba dormido y nosotros queríamos seguir platicando: encendimos la fogata con los pequeños trozos de leña que aún ardían y tomamos té de limón de unas hojas que David había arrancado de un árbol para calentar un poco nuestros cuerpos helados.

Fuimos a domir y esa noche ha sido una de las más extrañas de mi vida. Tuve sueños inquietantes que no me dejaban descansar: Toda la noche soñé con árboles gigantescos y con cenotes que me llamaban por ni nombre. Me despertaba porque creía que alguien realmente me estaba llamando, pero cada vez que me despertaba me daba cuenta de que ahí no había nadie y de que David estaba dormido. Me dormía de nuevo y volvía a soñar con árboles y cenotes que pronunciaban mi nombre y me pedían que fuera con ellos.

Cuando le conté a David al día siguiente, me contestó:

Es obvio. Estás en un lugar donde no hay celulares ni antenas. Aquí no hay ninguna clase de interferencia.

Fue una de las experiencias más asombrosas e inquietantes que he vivido: oí claramente a la naturaleza llamándome. Y luego sentí mucha tristeza, porque pensé que en las ciudades ya era imposible escucharla. Nos habíamos olvidado de la naturaleza, cuando ella está todavía aquí, llamándonos, esperando que la escuchemos. Creo que ésta ha sido la primera vez en mi vida en la que he sentido un verdadero acercamiento con mi espiritualidad.

Después de desayunar una avena que Río había preparado sobre la fogata, ayudamos en las tareas que había que hacer en la aldea: mientras los demás desyerbaban y despejaban un camino lleno de maleza, aprendí a usar un machete para cortar leña.

Yo tenía muchas ganas de ir a Izamal, un pueblo mágico de Yucatán que estaba muy cerca de donde nos encontrábamos, así que David y yo decidimos ir juntos antes de separarnos. Mi plan era regresar a Playa del Carmen y subir por la costa occidental de México hasta llegar a Cuernavaca, y el de él era exactamente el contrario: bajaría por la península de Yucatán hasta llegar a Chetumal y de ahí a Belice y hacia Sudamérica.

Viajamos de ride desde Libre Unión hasta Izamal y esos días fueron, definitivamente, unos de los mejores durante mi viaje de tres meses por el sur de México.

Llegamos a Izamal, “la Ciudad Amarilla”, llamada así porque sus iglesias y pequeñas tiendas son de un hermoso color amarillo quemado, en un día de feria. Caminamos por el pueblo en busca de un lugar donde dormir, pero todos los hostales eran sorprendentemente caros. Nos habíamos dado por vencidos (tendríamos que pagar más dinero del que podíamos gastar) y decidimos subir a una de las tres pirámides que se encuentran en el pueblo antes de que atardeciera para poder ver las casitas amarillas desde la cima.


Convento de San Antonio de Padua en Izamal

Era un 27 de octubre, y así como el 26 era mi número, el 27 era el de David. Cuando subí, lo encontré hablando con un hombre algo mayor, que tenía un aire bondadoso y humilde. Me senté en las ruinas para contemplar el atardecer sobre el pueblo cuando David se acercó a mí y me dijo que ya teníamos dónde pasar la noche: el hombre con el que había hablado era Don Mario, mejor conocido como Maloche, que le había regalado agua cuando había pasado por Izamal unos días antes con los Bykings. Esta vez quería prestarle una pequeña cabaña que tenía en uno de sus terrenos, a las afueras de Izamal. (Nunca he conocido a gente más amable que la de Yucatán: es la gente más bondadosa, educada y humilde. Mientras viajamos por ahí, siempre hubo alguien que nos ofreciera agua, comida o un lugar donde dormir sin siquiera pedirlo. Y siempre fue la gente más humilde la que nos ayudó.)

Fuimos a conocer la cabaña que sería nuestro refugio por esa noche: era frágil, hecha de tablones de madera unidos que dejaban grandes huecos entre sí, por los que se colaban los mosquitos y el viento frío de la noche. Dentro sólo había una base de cama con un colchón maltrecho. El piso era de tierra; las piedras y raíces del exterior se colaban bajo los tablones que tocaban el suelo. Arriba, enclavado en las vigas de madera del techo, que era tan bajo que David se tenía que agachar para caber (aunque para mí era perfecto: era justo de mi estatura), había una reproducción del altorrelieve de Pakal que se encuentra en las ruinas de Palenque en Chiapas: Pakal, el astronauta, el motociclista cósmico.


Fragmento de la tumba de Pakal
Foto: Internet


Pero era lo que Don Mario nos había ofrecido con todo el corazón y nosotros lo aceptamos y agradecimos con todo el corazón, también.

Regresamos al centro de Izamal para disfrutar la feria como niños chiquitos: comimos dulces de coco frito con azúcar quemada y mazapanes de pepita; probamos las marquesitas con Nutella, a las que nos volvimos adictos (las marquesitas son un postre típico de Yucatán: son parecidas a una crepa, sólo que la masa no es suave, sino que es crujiente y enrollada como un taco y puede tener varios rellenos. El típico es el de queso de bola, pero también puede tener cajeta, leche condensada o mermelada. Sin embargo, la mejor combinación, de verdad, aunque no me lo crean y pongan cara de asco (yo también la puse la primera vez que me lo dijeron), es la de Nutella con queso de bola. Es increíble lo deliciosa que es); tomamos cocteles de alcohol barato en el bar ambulante, y le partí su madre a David en futbolito, jaja.

Al final, pasada la medianoche, regresamos caminando a la cabaña y, de nuevo, ha sido una de las noches más memorables de mi vida: hice el amor con un viajero, un tepozteco que conocí en Chichén Itzá, que tenía un Kukulcán tatuado en el brazo, debajo de Pakal.


Kukulcán y el viajero


La mañana siguiente caminamos por Izamal para acercarnos a la carretera donde pediríamos ride para llegar a Valladolid. No habíamos desayunado y no teníamos dinero para comprar algo. Creo que nos veíamos tan hambreados y desaliñados que, cuando pasamos por un puesto de cervezas callejero, nos gritaron: “¡Oigan, gringos! ¿De dónde vienen? ¡Vengan, siéntense, les invitamos unas cervezas!”. (Yo soy muy blanca aunque tengo el cabello oscuro y David, aunque se ve moreno por el sol inclemente que le ha quemado la piel desde que comenzó su cicloviaje, es güero. Cuando viajamos juntos por Yucatán, todo el tiempo nos decían “gringos” y nadie nos creía cuando les decíamos que éramos mexicanos.) Esas personas, las más humildes, las que de verdad entienden la necesidad y la carencia, las que no tenían dinero ni para ellas mismas, aún así nos invitaban de comer y de beber porque nos vieron necesitados. Nos regalaron mandarinas y cerveza y eso fue nuestro desayuno ese día.

Después de todo un día de recorrer poco a poco el camino gracias a un ride tras otro, llegamos a Valladolid, donde yo recogería mis cosas y regresaría a Playa del Carmen, y David se uniría de nuevo con los Bykings en la Embajada Lemuriana para que cada quien continuara su viaje.

Los dos creímos que ésa sería la última vez que nos veríamos, pero cuatro días después nos reuniríamos en Playa del Carmen para convertirme en la séptima integrante de los Bykings (¡siete! El número de la suerte) y comenzar a conseguir todo lo que necesitaría para emprender el viaje en bicicleta hasta Argentina.


Foto: David Bravo Rivera


El 26 de noviembre, tres meses después de que comencé el viaje, regresaba a Cuernavaca, el pueblo en el que nací y viví los primeros 23 años de mi vida hasta que decidí viajar y no tener un hogar fijo. Regresé un día 26 para quitar el departamento en el que viví tres años, los primeros tres de mi vida independiente, y para despedirme de las personas que quiero, pues estoy a punto de emprender un viaje muy largo, en el que no sé cuándo los veré de nuevo.

Post-scriptum: Ahora aprovecho este espacio para invitarlos a que le den "Like" a la página de Facebook de Bykings y a que los sigan en Twitter a través de la cuenta @bykings para enterarse de sus aventuras pedaleras.

El 26 de diciembre viajé a Guanajuato, Guanajuato, y ahora me encuentro en San Miguel de Allende (ya escribiré sobre eso en otra entrada).

¿Dónde estaré el 26 de enero? :)