miércoles, 31 de diciembre de 2014

Preludio al viaje

Esto está dedicado a todos los viajeros que abandonan todo,

que lo apuestan todo,
por el viaje.
Pero también para todos los que,
yo sé, se sentirán identificados.


Preludio al viaje (o qué siento antes de irme en un viaje que definitivamente cambiará mi vida por completo) ahora que es el primer día del año y sólo faltan cinco días para que salga mi avión a Playa del Carmen:

Unos días antes de regresar a Cuernavaca, mientras todavía estaba en Playa del Carmen, temía por mi regreso a la ciudad donde viví de forma sedentaria los primeros 23 años de mi vida, porque eso significaba el fin de mi viaje, por lo menos por un tiempo. Temía que mi vida volviera a la normalidad, que todo en lo que me había convertido se desvaneciera una vez que regresara a mi zona de confort, pero sobre todo, temía no viajar.

Sin embargo, una experiencia muy grata (dentro de la desilusionante experiencia de regresar a una ciudad que yo recordaba colorida y amada, cuando encontré un pueblo pequeño, triste y hostil, o por lo menos así me pareció los primeros días) fue la de descubrir que una vez que comienzas, no dejas de viajar.

Desde que llegué a Cuernavaca, comencé a vivir mi vida de una forma diferente. Con mayor seguridad y confianza, con más aplomo y clarividencia. Me sentía exactamente como en la frase de Alexander Supertramp en la película Into the Wild:

I read somewhere how important it is in life not necessarily to be strong, but to feel strong.

Y esto me permitió hacer cosas que antes no me atrevía a hacer. Como salir, fiestear y emborracharme (un poquito nada más, jaja) con mis amigos; ir a Jojutla y llenarme de grasa hasta los antebrazos por estar metida en un taller de mecánica arreglando una bicicleta; comer pan recién salido de un horno artesanal a medianoche en el zócalo de ese pueblito; ir a Santa María a un taller de laudería a ver cómo terminaban mi jarana hecha a mano, y luego asistir diario a mis clases de son jarocho.



Mi jarana y una postal que queda muy bien con el viaje a Argentina


Sé que pueden parecer cosas nimias o pequeñas, y que incluso en este momento yo puedo sonar bastante inocente y hasta ingenua, pero son cosas que me llenan porque son cosas que antes no podía hacer, ya fuera porque tenía un horario de oficina cuando trabajaba en el periódico o porque simplemente yo no me permitía esos pequeños placeres. Pero ahora lo hago y esta entrada es una especie de reconocimiento a mí misma.
En estos días de aparente calma antes de reiniciar el viaje, me dedico a desmantelar y despedirme del departamento en el que viví durante tres años. Esto ha sido de las cosas más difíciles que he tenido que hacer.

Pero algo muy malo, o por lo menos muy triste (vaciar mi departamento y pasar mi última noche en él), de pronto se convirtió en algo que me llenó de felicidad.

Enfrentarme a quitar el departamento en el que viví mis primeros años de independencia y de mi vida adulta era una de las cosas que más temía hacer durante los preparativos del viaje y, lo sabía, una de las cosas que más me dolería, pues aunque es difícil despedirse de las personas que quieres, este departamento, mi Stendhal (porque todo él era rojo y negro), tenía un enorme valor emocional para mí.

Mi última noche en el departamento la pasé casi de la misma forma en que la pasé la primera vez que dormí en él, cuando tenía 20 años: sin muebles, con el colchón en el suelo, con mis libros desordenados a su alrededor, y mi computadora.

Esa última noche la mudanza pasó unas horas antes llevándose todo lo que poco a poco había conseguido, con mi dinero y a lo largo de esos tres años, para habitar y decorar mi departamento: las mesas, la lavadora (¡qué felicidad no tener que lavar a mano!), mi ropa, mi valise azul (una maleta vintage) con mis recuerdos más preciados (algo que me hizo muy feliz es que, cuando llené esa maleta, me di cuenta de que las cosas que más atesoraba y que más temo que se pierdan son todas baratijas y cosas que no tienen un valor económico, sino sentimental para mí: cartas, adornos que he comprado en mis viajes, la pluma fuente que me regaló mi abuelo, cuadernos en los que he escrito las notas de mis cuentos y novelas, los zapatos que usé cuando era bebé y que quiero que un día use mi hija. Y es probablemente la única maleta por la que regrese a Cuernavaca, la ciudad que me vio nacer y crecer durante 23 años, antes de… ¿volver a viajar? ¿Regresar a la ciudad que habré escogido para vivir (¿por unos años, para el resto de mis años?)?).


Un cielo de fuego desde la ventana de mi departamento

Me quedaba sola en un departamento vacío, sin internet con el que distraerme de la tristeza que me rompía por dentro, con un vacío que sentía dentro de mí y no a mi alrededor.

Escribí:

Vaciar y dejar mi departamento (mi primer departamento, el lugar en el que gané mi independencia, el primer lugar que pude llamar completamente mío, la guarida que siempre soñé (sí, porque era todo lo que yo quería: un pequeño departamento en el centro de una ciudad, justo encima de una cafetería bohemia (todo suena tan cliché, ¿verdad?, jaja, me encanta), con una ventana desde la que se podía ver las ventanas de un hotel decadente, la azotea de un cine, un árbol de flores naranjas, la Catedral de Cuernavaca encendida de noche; un departamento al que venían mis amigos escritores para nuestras noches de taller literario, en las que comentábamos y criticábamos las novelas, poemas y cuentos que escribíamos), el hogar en el que viví tres años, cuya renta pagué con mi dinero y poco a poco amueblé) ha sido, definitivamente, una de las cosas que más me han dolido. 
Reto de viaje #1 (o, más bien, de pre-viaje): Quedarte sin casa, sin un lugar al que regresar, sin la privacidad y la seguridad que brinda un espacio propio, sin pertenencias más que las que caben en una mochila. Volverte verdaderamente nómada.

Sin embargo, mi tristeza poco a poco se fue transformando: decidí que mi última noche la viviría como siempre me hubiera gustado vivir en mi departamento: coloqué algunos puffs (los únicos muebles con los que había llegado tres años atrás y que servían de cama, sofá y silla), unos cuantos huacales en el suelo y encima mi laptop, un té de menta bien caliente, pan dulce y unos cigarros y, como hace mucho tiempo que no hacía (en la época en la que no existía Spotify, Grooveshark ni la radio por internet), puse un CD en una grabadora y escuché a Genius Kong, una banda de rock de Playa del Carmen de la que automáticamente me volví fan cuando los oí la primera vez (los invito a conocerlos en su página de Facebook). Y, oh, Dios, felicidad instantánea: me di cuenta de que no necesitaba nada más que escribir tomando un té caliente, comiendo pan dulce y escuchando buena música mientras fumaba un cigarro.


Es increíble que estas poquitas cosas me hicieran tan feliz


Algo que amo desde que viajo (porque sí, ahora sé que el viaje no se termina cuando regresas a tu lugar de origen, sino que una vez que comienzas, no dejas de viajar por dentro) es lo sorprendente, espontánea e impredecible que se ha convertido mi vida. Minutos después de escribir ese deprimente post en Facebook, recibía un mensaje interesante e intrigante por igual, de una persona que no conocía.

Y a continuación la transcribo porque me parece una joya que debe ser compartida y leída, y también lo hago como un regalo, una pequeña ventana abierta para se asomen en mi mundo privado y en mi correspondencia:

¿En verdad te quedaste sólo con lo que cabe en una maleta?

[Es decir, ¿lo demás fue regalado, vendido, desechado (compactado hasta quedar del tamaño de seis dados de cubilete)? ¿Fue dejado en custodia? ¿Fue dejado en un parque, una plaza o una avenida? (imagino un montón cubierto con una de las cortinas, y encima un letrero de "bomba" o "trampa para abejas africanas"; no sé si habría creído lo de bomba, pero de niño sí me habría puesto nervioso lo de las abejas...)] 
Es decir, hola: 
No nos conocemos sino por un breve intercambio de mensajes (sigo sin comprar tu libro, pero eventualmente lo haré). Sin embargo, por la cualidad metafísica del facebook, me son familiares tus actualizaciones (lo sé: algo hay de torcido y bello en eso). Y ahora que vi la que habla sobre la casa vacía (¿a poco no suena a un cuento de algún ruso radicado en Francia?), me vino la idea de que me parece poco asimilable la idea del viaje unidireccional que me parece que estás haciendo. Es decir, entiendo el concepto, puedo imaginar suficientes motivaciones, encuentro la idea por completo fascinante como para que no choque con mis nociones del universo (al contrario, lo siento como parte del ámbito cambiante de la "poesía de adn", que hace que las cosas tengan tal o cual sabor), pero, aun así, me cuesta concebirlo. 
Pienso en las cuestiones... ¿prácticas?, como la de qué pasó con lo que no cupo en la maleta. Quizá porque de momento estoy poco cerca de un viaje como el tuyo, pero me intriga como lo hace... no sé... un dodecaedro. Por ejemplo, ¿en serio estás viajando en una sola dirección? ¿Vas hacia un frontera? ¿Cómo es? (¿Qué se ve a tu izquierda?)
Con esto, me vienen dos cosas a la mente: 1) que Siddharta aprendió a ser el arco y la flecha cuando abandonó la casa de sus padres para unirse a los ascetas, y creo que viajar como sospecho que haces debe parecerse a eso un poco; 2) una vez conocí a un mexicano llamado Jesús que llevaba viajando seis meses por Europa y quería hacerlo por cerca de dos años, y sé que cuando lo vi estaba por irse dos semanas a una montaña en Sofía con la familia de su novia búlgara, con la que llevaba dos semanas saliendo, y que dos meses después estaba viviendo en Budapest, sin novia, sin familia de la novia y sin montaña ni Sofía, y creo que también hay algo de ascetismo moderno en eso (y un mucho de risa). 
Es decir (por tercera vez), ¿qué sientes donde estás?, si no es invasiva la pregunta. No te pregunto por morbo. Sólo siento deseos de preguntarte eso. Y de saludarte. Disculpa si interrumpo tu rato sombrío.

Hola.

Viajo para encontrarme con cosas como éstas. Viajo para conocer personas, pero sobre todo para escucharlas, para oír todo lo que me quieren decir, para conocer sus historias y todo lo que deseen compartir conmigo. Viajo para escribir. Viajo para que me escriban. Viajo para leer y, sobre todo, para leer cartas como ésta. Viajo para responder a estas cartas.

Y ésta fue mi respuesta:

Eduardo: 
Hay tantos Eduardos en mi vida. Sí, me di cuenta cuando buscaba tu nombre en Facebook. Y todos son artistas. Está, por ejemplo, Eduardo Casillas, el artista visual que ilustró mi plaquette con sus inquietantes grabados; Eduardo Velarde, guitarrista de rock y de jazz que estudió conmigo en la universidad, aunque yo tenía 20 años y él, 35; Eduardo Chagoya, escritor, alumno mío en el taller de cuento que di por casi un año en Cuernavaca y, sí, en mi departamento, el departamento que hoy abandono; y ahora tú, Eduardo Zurita, dueño de las letras. 
Me quedé sólo con lo que cabe en una mochila.

Todo lo demás fue regalado, vendido, donado. Le pedí a Amaury, uno de mis mejores amigos y uno de los escritores que, en mi opinión, es uno de los grandes de nuestra generación, que guardara todos mis libros, aunque en el fondo los dos sabíamos que eso era más un regalo que un préstamo, pues sé que cuando regrese (si es que regreso, cuando regrese), muchos de ellos habrán desaparecido, no se les podrá encontrar por ninguna parte, los habrá robado de verdad, escondidos en su cuarto, debajo de su almohada, dentro de uno de esos portafolios que le gusta buscar y coleccionar, donde yo no pueda verlos y reclamarlos; otros estarán mutilados, deshojados, amarillos, perdidos en sus propias páginas. Y duele. Los dos sabíamos, sin decirlo, que nunca más serían míos, o por lo menos sólo lo serían unos cuantos. Pero aún sabiendo esto preferí dárselos a él, una de las personas que sabía que, aunque los descuidaría, podría apreciarlos y disfrutarlos como nadie más que yo podría hacerlo. 

Los únicos libros con los que me quedé... y que me llevaré de viaje

Vendí lo que no me dolía, lo que me era ajeno, lo que sólo tenía un uso práctico: el refrigerador, el microondas. Y doné ropa, libros, cosas que sabía que podrían serle de ayuda a alguien. Traté de devolver algo de lo mucho que ya me han dado desde que empecé a viajar.

Pero aún quedan cosas. Me gustan los objetos, no por su valor económico, sino por ellos mismos. ¿Qué hago con los cadáveres de flores dentro de vasos de vidrio?, ¿con las fotografías de cráneos y sillas de ruedas que colgaban en mis paredes?, ¿con los 16 cuadernos que he guardado durante toda mi vida, llenos de todo lo que he escrito desde que comencé a escribir?, ¿con los Ojos de Dios que tejí?

Mi Ojo de Dios

Pero ahora pienso que debería seguir tu consejo o, más bien, que debería responder a la pregunta que me hiciste: ¿mis cosas fueron atadas y envueltas, para luego ser abandonadas para otro viajero, para otro curioso?

No. 
Pero ahora pienso dejar varios paquetes al lado de una fuente, sobre una banca en el zócalo, en un asiento vacío en la ruta. Con libros, con una cuchara y un tenedor, y tal vez algo para desconcertar: ¿un gancho de plástico para ropa?, ¿una garza de origami? Y con una nota:

Para ti, viajero. 
¿Qué pasa con las cosas que no caben en la mochila? Es tan difícil. Hoy están dispuestas en mi cama todas las cosas que llevaré en el viaje, ocupando el espacio que debería estar usando en este momento para descansar (es medianoche, pero desde que viajo no duermo: tengo tantas ganas de estar viva). Algunas cosas son ridículas, innecesarias, pesadas. La Ana viajera me dice que estoy exagerando, que podría viajar perfectamente sin la mitad de ellas; pero la Ana coleccionista no puede desprenderse de los objetos, sobre todo, de la idea romántica que ha concebido alrededor de ellos: como cuadernos que no voy a llenar; sobres para escribir cartas y mandarlas desde cada país al que viaje (envíame tu dirección y así una llegará a tu casa, un día); más libros de los que puedo cargar y que tendré que abandonar, de nuevo, o mejor dicho, liberar para que se vuelvan viajeros también; palos de madera, madejas de estambre y los Ojos de Dios que tejo para vender en las calles y tener un poco de dinero para poder comer ese día… La mayoría, cosas que podría conseguir durante el viaje en lugar de cargarlas desde el principio, pero me gustan los objetos por lo que son, ¿recuerdas? Me gusta su peso, su gravedad. Su conjunto: la idea de que una jarana, una cámara fotográfica y un cuaderno compartan el mismo espacio, dentro de una mochila. 

Todas las cosas que debían caber en una mochila... 

No viajo en una sola dirección. Soy, como dices, un dodecaedro. Viajo hacia adelante, dando pasos hacia atrás, perdiéndome y dando vueltas en círculo, viajo hacia adentro; busco doce dimensiones para viajar por cada una de ellas al mismo tiempo; viajo en el espacio, pero también en el tiempo (¿quién soy, quién fui, quién seré?), viajo en busca de otros caminos; viajo caóticamente, sin eficiencia en el camino ni en el destino, pero sí en experiencia; viajo dentro de mí. 
Viajo, si tuviera que trazar una ruta, hacia Playa del Carmen, para luego continuar en bicicleta hasta Argentina. Una peregrinación literaria por los países de García Márquez, de Cortázar. Pero el camino cambia todo el tiempo: ¿iremos primero a Cuba, en un barco pesquero donde nos ganaremos nuestro traslado y nuestra comida como aprendices de marineros?, ¿o la primera frontera será Belice, después de dejar atrás Tulum, Mahahual, Chetumal?

Hay una frontera y a mi izquierda se ve el mar. 
¿Qué siento donde estoy? 
Últimamente, cuando me embarga la tristeza, trato de recordarme que no debo estar triste porque mi tiempo viviendo en este departamento se terminó, sino que debo estar agradecida por el tiempo que viví ahí. Y lo estoy. Y sonrío :) 
Tal vez siempre he tenido prisas por vivir: por independizarme e irme a vivir a mi propio departamento a los 20 años; por trabajar y estudiar al mismo tiempo para pagar mis estudios; por emprender un viaje que mis padres llaman peligroso, incluso suicida (y tal vez tienen razón en eso) a los 24 años. Pero algo me dice que estoy en el camino correcto. Y voy a recorrer ese camino :)

Y al final todas mis pertenencias se redujeron a esto



martes, 30 de diciembre de 2014

El número 26

One baby to another says:
"I'm lucky to have met you".
"Drain you", Nirvana

(Agárrense porque ésta va larga.)

El 26 de octubre, el día que visité Chichén Itzá (sobre lo que hablo en "La acústica mágica de Chichén Itzá"), cumplí dos meses como mochilera.

Desde que comencé a viajar, mágicamente los números cobraron un peso y una importancia que no tenían antes. En Playa del Carmen conocí a Estéban, un guionista que me leyó mis números. Al principio estaba un poco escéptica, pero a diferencia de lo que hubiera hecho antes de convertirme en viajera, que hubiera sido juzgar y rechazar todo lo que me tuviera que decir a priori, quise tener una actitud abierta. Nadie nunca había leído mis números, y la verdad es que todo tipo de rituales adivinatorios pica increíblemente mi curiosidad.


Retrato que le tomé a Estéban en el ferry que va de Chiqiulá a la isla de Holbox


Gracias a estas nuevas ganas de escuchar, terminé llorando en medio de una cafetería (lo que también fue una nueva experiencia porque siempre reprimo mis ganas de llorar cuando estoy en público, ¡y más cuando la persona que está frente a mí es un completo desconocido!) ¡y descubrí que soy un tres (3)!

En realidad dos tres: un tres, un tres y un uno.

Según me explicó Estéban, la suma de mi fecha de nacimiento resulta en esas cifras:

21 de diciembre de 1990
(El día del apocalipsis maya, jaja)
21/12/1990
2 + 1 = 3      1 + 2 = 3      1 + 9 + 9 + 0 = 19      1 + 9 = 10      1 + 0 = 1
3 + 3 + 1 = 7

El tres es el número de la creatividad, lo que me hace muy feliz ¡porque incluso hay dos en mi fecha de nacimiento! Por lo que mi creatividad se reafirma en la segunda cifra, y el uno es el número del liderazgo. De acuerdo con esto, puedo utilizar mis habilidades para comunicarme y de escribir para guiar a las personas. Me gusta pensar que gracias a este blog puedo motivar a muchas personas para que empiecen a viajar o, por lo menos, inspirarlas para que sigan sus sueños :)
Pero, bueno, además de descubrir que éstos son mis números especiales (y que todos sumados dan siete, el número de la buena suerte), tiempo después, cuando David me preguntó si había un número que me persiguiera durante mi viaje, automáticamente le contesté que no, pero en cuanto me detuve a reflexionar un poco, me di cuenta de que sí había uno: el 26.

El 26 de agosto fue la fecha en la que tomé un camión de Cuernavaca, Morelos, al aeropuerto de la ciudad de México para volar a Cancún y comenzar mi viaje. Un mes después, fui al parque Xel-Há en la Riviera Maya con los amigos que hice durante el campamento tortuguero, donde disfrutamos del paquete todo incluido de comida y bebida, pues estábamos muertos de hambre después de tanto comer arroz y frijoles en el campamento (puedes leer sobre mi experiencia como tortuguera aquí), y esnorqueleamos hasta morir.


Hambrientos después de tanto cuidar tortugas


Y fue un domingo 26 de octubre, día en que la entrada a las zonas arqueológicas es gratuita para los mexicanos, que decidí festejar mi segundo mes como viajera yendo a Chichén Itzá. Pero también fue el día en que, aunque yo no lo supiera en ese momento, cambiaría mi vida, mis planes a futuro y mi forma de viajar.

Ese día, caluroso y soleado bajo el cielo despejado de Yucatán, mientras me sentaba en una banca para descansar del calor después de tomar fotos de las ruinas, se me acercó un chico muy joven que me preguntó si hablaba mexicano. En lugar de ofenderme, me dio mucha risa, y dejé que me contara cómo él y sus amigos estaban viajando en bicicleta y que apenas unos días antes habían llegado a un pueblo cerca de Chichén Itzá. Su plan era llegar hasta Argentina, lo que me sorprendió, pues era impresionante lo joven que era (apenas tenía 17 años), y me alegró que ya a esa edad emprendiera un viaje tan ambicioso como ése.

Seguí platicando con él y cuando le dije que yo también era viajera, se emocionó tanto que me dijo que quería presentarme a sus amigos. Lo seguí, y debajo de la sombra de un árbol, con una mueca de frustración y cansancio, estaba David.

No tenía pinta de que quisiera hacer nuevos amigos en ese momento. Aún así, Cheto, el chico de 17 años, nos presentó y quiso romper el hielo diciendo que David y yo éramos de Morelos. Me emocioné, pues nunca en mi viaje me había topado con un morelense. Le pregunté si era de Cuernavaca, como yo. Me respondió que era de Tepoztlán.

Tan cerca, tú en Tepoztlán y yo en Morelos, y teníamos que viajar a Chichén Itzá para venir a conocernos hasta acá,
le dije.

Me gustó la coincidencia. Me gustó la familiaridad. Me gustó sentirme cerca de mi origen. Me gustó que este viajero fuera de Tepoztlán, el único pueblo mágico de Morelos, un pequeño pueblito asentado en las faldas de una montaña a la que suben cientos de turistas cada día, pues en su cima se encuentran las ruinas de una pirámide prehispánica, el Tepozteco. Un pueblito pequeño, montañoso, rodeado de bosque; lleno de brujos, hechiceros, chamanes. Un pueblo cercano al lugar donde se dice que nació el dios Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, y donde supuestamente se encuentra la entrada al inframundo: el pueblo de Amatlán de Quetzalcóatl.

Comenzamos a recorrer juntos las pirámides y comenté de pasada, casi sin querer, que ese día estaba en Chichén Itzá porque quería celebrar mis dos meses como viajera. David me miró con cara de asombro y me preguntó con una urgencia que dolía: “¿Qué día saliste de viaje?”. El 26 de agosto, le contesté. Nosotros salimos de Querétaro el 26 de agosto, fue su respuesta.

La coincidencia me dejó pasmada. Me intrigaba la idea de haber encontrado, el mismo día que yo cumplía dos meses de viaje, en unas ruinas prehispánicas en las que sentía una atmósfera poderosa, cargada de sonidos selváticos, salvajes, secretos, a un viajero de Tepoztlán que había comenzado su viaje el mismo día que yo. Quería creer que eso tenía que significar algo.

Me contó que el grupo de ciclistas con el que viajaba se llamaba Bykings, que habían comenzado su viaje dos meses atrás, en Querétaro, y que su meta era llegar a Argentina en bicicleta. Seguimos caminando y conocí al resto de los Bykings: Omar, Memo, Edgar. Río, el sexto integrante, un viajero mitad brasileño, mitad inglés, se había quedado en el campamento donde los Bykings se habían asentado por unos días, una eco-aldea llamada “La embajada lemuriana”, donde trabajaban como voluntarios.


Los Bykings
De izquierda a derecha: Memo, Cheto, David, Río, Edgar y Omar
Foto: Cortesía de Bykings


Cheto me invitó a conocer la embajada. Dudé. Yo estaba quedándome en casa de Rubén, un chico de Couchsurfing que vivía en Valladolid, a más de una hora de donde me encontraba, y todas mis cosas se habían quedado ahí. Pero me dije: Para esto son los viajes: para vivir aventuras. Para no saber dónde estarás al día siguiente, para no saber dónde dormirás esa misma noche. Y esto nunca había sido tan cierto como cuando pasé esos días con los Bykings.

David y yo decidimos viajar solos, llegar a la embajada a nuestro ritmo. Caminamos hasta Pisté, el pueblo más cercano a las pirámides, donde buscamos huaraches para él (cuando lo conocí, tenía toda la pinta de hippie, pero después me di cuenta de que en verdad era un viajero cuando vi sus pies: cada uno tenía una sandalia diferente. Me contó que una se le había roto y que un día después había encontrado otra, tirada en la calle, esperándolo. Se vestía así no por gusto, sino por el viaje: vivía como un verdadero viajero: sin dinero, sin lujos. Nada de eso le importaba, lo único que quería era viajar).

 
Las raíces de David: Bien firmes en la tierra


Una vez ahí, pedimos ride a Libre Unión, el pueblo más cercano de donde se encontraba su eco-aldea. Nos levantaron cuatro sinaloenses que manejaban una camioneta blanca y que escuchaban música banda a todo volumen, que me dieron toda la pinta de narcos (también fumaban mota y hasta nos invitaron), pero eran muy carismáticos y fueron muy amables con nosotros durante todo el camino.

En Yucatán viajé todo el tiempo en ride. Me asombré porque, a pesar de que la gente cada vez tiene más miedo de dar y de pedir aventón por las horribles historias que llegan hasta nuestros oídos en la seguridad de nuestras casas, la gente que da aventón es mucho más linda y amable de lo que queremos creer. Y también el aventón puede provenir de las personas de las que menos te lo esperas: desde traileros hasta personas que en su juventud viajaron de esta forma y entienden lo que es estar parado por horas a un lado de la carretera esperando que alguien te lleve; desde norteños sospechosos, pero alegres, hasta universitarios de Mérida; agentes de ventas, agentes de Hacienda y constructores que te llevan en la cajuela de su pick-up, en la que tienes que sujetarte como puedas encima de bolsas de cemento y varillas de metal.

Cuando llegamos a Libre Unión, volvimos a pedir ride en la carretera hacia Yaxcabá, pues la eco-aldea se encontraba justo a la mitad de estos dos pueblos. Nos recogió un taxista y David, asombrado, me dijo: Esto sí es nuevo para mí, en los cuatro años que llevo viajando nunca me había dado aventón un taxi. Y para mí también era un asombro: un taxista regalaba algo por lo que normalmente hubiera cobrado. Sentí asombro por la generosidad humana.

Justo ese día había sido el cambio de horario de invierno, por lo que cuando llegamos a la Embajada Lemuriana, a las 5:00 de la tarde, estaba anocheciendo. La aldea estaba en medio de la nada: justo en la mitad del bosque. Te internabas unos cuantos pasos y perdías la señal de tu celular por completo. Caminamos por un sendero que nos adentraba en el bosque hasta que era imposible escuchar los sonidos de los escasos autos que atravesaban la carretera. Todos los sonidos provenían de la naturaleza. David me mostró la cabaña de madera y adobe donde Cheto y él dormían, y las cabañas en las que dormían los demás.


Un capítulo del videoblog Pedal the World que hace Río en su travesía por las Américas,
en el que habla sobre la Embajada Lemuriana


Antes de que se perdieran los últimos rayos del sol, subimos a una especie de casa de árbol: una estructura hecha con palos de madera desde la que se podía ver por encima de los árboles casi toda la Embajada Lemuriana mientras anochecía. Quise tomar fotos, pero algo dentro de mí me dijo que debía vivir ese momento, no fotografiarlo, a pesar de que se perderían las fotos de un lugar y de un momento hermoso.

Bajamos cuando ya había anochecido por completo. Encendimos una fogata para cocer los frijoles que serían nuestra cena esa noche. Después de un tiempo, cuando el resto de los Bykings regresó a la embajada, David dijo que quería ir a Yaxcabá a buscar pan dulce. Aunque sabía que era una causa perdida (nadie vende pan un domingo a las 9:00 de la noche y mucho menos en un pueblito), quería vivir la experiencia de vivir como ellos lo hacían: en bicicleta. Así que tomamos las bicicletas y David y yo pedaleamos por la carretera en medio de la oscuridad.



La bicicleta de David en Sian Ka'an
Foto: David Bravo Rivera


Platicamos durante todo el trayecto: sobre su vida, sobre cómo él no era mexicano de nacimiento, sino que era había llegado a México a los tres meses de edad, después de que su familia abandonó Líbano en calidad de refugiados de guerra; había vivido en Tepoztlán y luego se había mudado a Querétaro, donde había estudiado la preparatoria en el Tec de Monterrey porque había ganado la beca de excelencia (las coincidencias, una vez más, me asombraban: yo también había estudiado la prepa en el Tec de Cuernavaca con una beca del 90%); cómo había estudiado la carrera de Diseño Sustentable en Suiza y había pasado los últimos cuatro años de su vida viajando; cómo ya conocía todos los continentes del mundo, excepto Oceanía, a sus cortos 22 años de edad (aunque por sus bigotes largos y despeinados y por su forma de hablar pareciera que en realidad tuviera 26 ó 27 años). Un verdadero ciudadano del mundo. Un viajero.

Llegamos a Yaxcabá y, para mi sorpresa, después de preguntar en dos panaderías, encontramos pan dulce en la tercera. Parqueamos las bicis y nos sentamos en las escaleras a la entrada de una iglesia, desde donde podíamos ver casi todo el pueblo: el parque, la iglesia, un cenote. Platicamos mientras el frío de la noche se tendía sobre nuestros hombros. Comíamos pan y las lechuzas, gigantescas y blancas, volaban frente a nosotros para descender al cenote a tomar agua.

Yo no tenía más que la ropa que llevaba puesta, pues había dejado todo lo demás en Valladolid, en casa de Rubén, por lo que después de un tiempo no pude soportar más el frío.

Le pedí a David que regresáramos al campamento. Llegamos casi a medianoche. El resto de los Bykings estaba dormido y nosotros queríamos seguir platicando: encendimos la fogata con los pequeños trozos de leña que aún ardían y tomamos té de limón de unas hojas que David había arrancado de un árbol para calentar un poco nuestros cuerpos helados.

Fuimos a domir y esa noche ha sido una de las más extrañas de mi vida. Tuve sueños inquietantes que no me dejaban descansar: Toda la noche soñé con árboles gigantescos y con cenotes que me llamaban por ni nombre. Me despertaba porque creía que alguien realmente me estaba llamando, pero cada vez que me despertaba me daba cuenta de que ahí no había nadie y de que David estaba dormido. Me dormía de nuevo y volvía a soñar con árboles y cenotes que pronunciaban mi nombre y me pedían que fuera con ellos.

Cuando le conté a David al día siguiente, me contestó:

Es obvio. Estás en un lugar donde no hay celulares ni antenas. Aquí no hay ninguna clase de interferencia.

Fue una de las experiencias más asombrosas e inquietantes que he vivido: oí claramente a la naturaleza llamándome. Y luego sentí mucha tristeza, porque pensé que en las ciudades ya era imposible escucharla. Nos habíamos olvidado de la naturaleza, cuando ella está todavía aquí, llamándonos, esperando que la escuchemos. Creo que ésta ha sido la primera vez en mi vida en la que he sentido un verdadero acercamiento con mi espiritualidad.

Después de desayunar una avena que Río había preparado sobre la fogata, ayudamos en las tareas que había que hacer en la aldea: mientras los demás desyerbaban y despejaban un camino lleno de maleza, aprendí a usar un machete para cortar leña.

Yo tenía muchas ganas de ir a Izamal, un pueblo mágico de Yucatán que estaba muy cerca de donde nos encontrábamos, así que David y yo decidimos ir juntos antes de separarnos. Mi plan era regresar a Playa del Carmen y subir por la costa occidental de México hasta llegar a Cuernavaca, y el de él era exactamente el contrario: bajaría por la península de Yucatán hasta llegar a Chetumal y de ahí a Belice y hacia Sudamérica.

Viajamos de ride desde Libre Unión hasta Izamal y esos días fueron, definitivamente, unos de los mejores durante mi viaje de tres meses por el sur de México.

Llegamos a Izamal, “la Ciudad Amarilla”, llamada así porque sus iglesias y pequeñas tiendas son de un hermoso color amarillo quemado, en un día de feria. Caminamos por el pueblo en busca de un lugar donde dormir, pero todos los hostales eran sorprendentemente caros. Nos habíamos dado por vencidos (tendríamos que pagar más dinero del que podíamos gastar) y decidimos subir a una de las tres pirámides que se encuentran en el pueblo antes de que atardeciera para poder ver las casitas amarillas desde la cima.


Convento de San Antonio de Padua en Izamal

Era un 27 de octubre, y así como el 26 era mi número, el 27 era el de David. Cuando subí, lo encontré hablando con un hombre algo mayor, que tenía un aire bondadoso y humilde. Me senté en las ruinas para contemplar el atardecer sobre el pueblo cuando David se acercó a mí y me dijo que ya teníamos dónde pasar la noche: el hombre con el que había hablado era Don Mario, mejor conocido como Maloche, que le había regalado agua cuando había pasado por Izamal unos días antes con los Bykings. Esta vez quería prestarle una pequeña cabaña que tenía en uno de sus terrenos, a las afueras de Izamal. (Nunca he conocido a gente más amable que la de Yucatán: es la gente más bondadosa, educada y humilde. Mientras viajamos por ahí, siempre hubo alguien que nos ofreciera agua, comida o un lugar donde dormir sin siquiera pedirlo. Y siempre fue la gente más humilde la que nos ayudó.)

Fuimos a conocer la cabaña que sería nuestro refugio por esa noche: era frágil, hecha de tablones de madera unidos que dejaban grandes huecos entre sí, por los que se colaban los mosquitos y el viento frío de la noche. Dentro sólo había una base de cama con un colchón maltrecho. El piso era de tierra; las piedras y raíces del exterior se colaban bajo los tablones que tocaban el suelo. Arriba, enclavado en las vigas de madera del techo, que era tan bajo que David se tenía que agachar para caber (aunque para mí era perfecto: era justo de mi estatura), había una reproducción del altorrelieve de Pakal que se encuentra en las ruinas de Palenque en Chiapas: Pakal, el astronauta, el motociclista cósmico.


Fragmento de la tumba de Pakal
Foto: Internet


Pero era lo que Don Mario nos había ofrecido con todo el corazón y nosotros lo aceptamos y agradecimos con todo el corazón, también.

Regresamos al centro de Izamal para disfrutar la feria como niños chiquitos: comimos dulces de coco frito con azúcar quemada y mazapanes de pepita; probamos las marquesitas con Nutella, a las que nos volvimos adictos (las marquesitas son un postre típico de Yucatán: son parecidas a una crepa, sólo que la masa no es suave, sino que es crujiente y enrollada como un taco y puede tener varios rellenos. El típico es el de queso de bola, pero también puede tener cajeta, leche condensada o mermelada. Sin embargo, la mejor combinación, de verdad, aunque no me lo crean y pongan cara de asco (yo también la puse la primera vez que me lo dijeron), es la de Nutella con queso de bola. Es increíble lo deliciosa que es); tomamos cocteles de alcohol barato en el bar ambulante, y le partí su madre a David en futbolito, jaja.

Al final, pasada la medianoche, regresamos caminando a la cabaña y, de nuevo, ha sido una de las noches más memorables de mi vida: hice el amor con un viajero, un tepozteco que conocí en Chichén Itzá, que tenía un Kukulcán tatuado en el brazo, debajo de Pakal.


Kukulcán y el viajero


La mañana siguiente caminamos por Izamal para acercarnos a la carretera donde pediríamos ride para llegar a Valladolid. No habíamos desayunado y no teníamos dinero para comprar algo. Creo que nos veíamos tan hambreados y desaliñados que, cuando pasamos por un puesto de cervezas callejero, nos gritaron: “¡Oigan, gringos! ¿De dónde vienen? ¡Vengan, siéntense, les invitamos unas cervezas!”. (Yo soy muy blanca aunque tengo el cabello oscuro y David, aunque se ve moreno por el sol inclemente que le ha quemado la piel desde que comenzó su cicloviaje, es güero. Cuando viajamos juntos por Yucatán, todo el tiempo nos decían “gringos” y nadie nos creía cuando les decíamos que éramos mexicanos.) Esas personas, las más humildes, las que de verdad entienden la necesidad y la carencia, las que no tenían dinero ni para ellas mismas, aún así nos invitaban de comer y de beber porque nos vieron necesitados. Nos regalaron mandarinas y cerveza y eso fue nuestro desayuno ese día.

Después de todo un día de recorrer poco a poco el camino gracias a un ride tras otro, llegamos a Valladolid, donde yo recogería mis cosas y regresaría a Playa del Carmen, y David se uniría de nuevo con los Bykings en la Embajada Lemuriana para que cada quien continuara su viaje.

Los dos creímos que ésa sería la última vez que nos veríamos, pero cuatro días después nos reuniríamos en Playa del Carmen para convertirme en la séptima integrante de los Bykings (¡siete! El número de la suerte) y comenzar a conseguir todo lo que necesitaría para emprender el viaje en bicicleta hasta Argentina.


Foto: David Bravo Rivera


El 26 de noviembre, tres meses después de que comencé el viaje, regresaba a Cuernavaca, el pueblo en el que nací y viví los primeros 23 años de mi vida hasta que decidí viajar y no tener un hogar fijo. Regresé un día 26 para quitar el departamento en el que viví tres años, los primeros tres de mi vida independiente, y para despedirme de las personas que quiero, pues estoy a punto de emprender un viaje muy largo, en el que no sé cuándo los veré de nuevo.

Post-scriptum: Ahora aprovecho este espacio para invitarlos a que le den "Like" a la página de Facebook de Bykings y a que los sigan en Twitter a través de la cuenta @bykings para enterarse de sus aventuras pedaleras.

El 26 de diciembre viajé a Guanajuato, Guanajuato, y ahora me encuentro en San Miguel de Allende (ya escribiré sobre eso en otra entrada).

¿Dónde estaré el 26 de enero? :)



domingo, 28 de diciembre de 2014

Volver a comenzar

Cada año, los días antes de mi cumpleaños son de mucha introspección y reflexión para mí. A diferencia de otras personas, yo no creo que un año nuevo, lleno de nuevas metas, propósitos, sueños, y algunos ridículos etcéteras más, empiece el 1 de enero, sino cuando delante de ti se cierne un año entero más de tu vida. Tal vez porque la fecha en que cae mi cumpleaños está muy cerca de Año Nuevo. Tal vez porque coincide con el solsticio de invierno. Tal vez porque soy una sagitario cuasi-capricornio. Tal vez porque, según los mayas, el 21 de diciembre de 2012 era la fecha del fin del mundo. O porque fue luna nueva. O porque es domingo.

Hoy, mientras escucho mi canción favorita y la que, sinceramente, creo que es la mejor canción del mundo, Stairways to Heaven, pienso cuál fue el peso del año que acaba de terminar y qué será de mí ahora que tengo 24.

El 2014 fue un año de muchos cambios para mí. Ha sido el año más difícil que he vivido hasta ahora, incluso más que cuando abandoné la casa de mis padres para estudiar Letras Hispánicas, más difícil que cuando tuve que trabajar en una librería y estudiar al mismo tiempo para pagar mis estudios. Porque siento que en este año, en un solo año, he vivido y he aprendido más que en 23 años de vida.

En 2014 me atreví a vivir. A perderle el miedo a vivir. A dejar de perderme experiencias por miedo, por desconfianza. Y por eso me costó tanto. Pero también ha sido uno de los mejores años de mi vida.


Así me veía a principios de 2014


En 2014 volví a comer carne después de cuatro años de ser vegetariana. Me emborraché con tres cervezas, después de llevar toda una vida de abstemia, y aprendí a tomar. Probé el tabaco por curiosidad, y me gustó. Fumé marihuana por primera vez.

En 2014 terminé con mi pareja, un profesor de mi universidad que me llevaba casi 19 años de edad y del que me había enamorado durante sus clases de literatura española. Fue la primera vez que decidí ser sincera con mi pareja, pero sobre todo conmigo: lo dejaba porque me había enamorado de alguien más.

En 2014 cambié el futuro que hasta entonces veía previsto para mí: trabajar como correctora de estilo en un periódico mientras escribía mi novela, participar en concursos para publicarla, ganar becas de creación literaria hasta que pudiera vivir de mis publicaciones, como una “escritora profesional”. Es decir, delante de mí veía una vida estable, algo monótona, dedicada por completo a la escritura. Y este año decidí cambiarlo todo por un futuro incierto, inseguro, arriesgado: escogí viajar.

En 2014 me atreví a enamorarme. Me volví loca por un chico y me enamoré como no lo había hecho desde que tenía 15 años. Bajé las barreras, me di la oportunidad de ser vulnerable. Quise confiar, no por él, sino para curarme, para demostrarme que estaba bien amar y confiar, aunque eso me rompiera el corazón.

Y me rompió el corazón como nadie me lo había roto en ocho años.

En 2014 dejé de ser parte del Colectivo La Piedra, un proyecto que había amado desde el primer número de su revista. Un proyecto del que había soñado formar parte: primero como colaboradora al publicar en su revista, luego como parte del comité editorial. Había logrado ambas cosas, y ahora debía dejar el colectivo y eso me dolía. Pero justamente porque apreciaba el proyecto, sabía que el colectivo se merecía algo más, una persona que dedicara todo su tiempo y su pasión en él. Y en ese momento yo tenía tantas cosas en qué pensar (las ya mencionadas anteriormente y las que siguen más adelante) que no podía darle a La Piedra lo que yo sentía que se merecía.


El equipo de Colectivo La Piedra durante la última presentación de la revista

En 2014 renuncié a mi trabajo y me fui de voluntaria a un campamento en la Riviera Maya para rescatar tortugas marinas. Y luego viajé durante dos meses como mochilera por Quintana Roo y Yucatán.


Mis compañeros de trabajo del periódico El Caudillo de Morelos


En 2014 publiqué Flores inmundas, mi plaquette de cuentos, y comencé este blog como una plataforma para publicar mis cuentos y ensayos. Luego se transformó en mi blog de viajes.


En la presentación de mi plaquette Flores inmundas

En 2014 conocí a un viajero y me enamoré. De nuevo.

En 2014 tuve la oportunidad de ser la maestra de un excelente grupo de escritores. Me siento muy agradecida con ellos por haber confiado en mí para que fuera su maestra y para dejarme enseñarles todo lo que quería enseñarles en un taller de cuento. Me siento muy orgullosa y honrada de que hayan sido mis alumnos. Pero como el trabajo en el periódico, tuve que dejar de dar los talleres por irme de viaje.


Mis alumnos del taller de cuento que impartí cada sábado por casi un año


En 2014 dejé de ser pelirroja, después de dos años de cabellos de fuego, y regresé a mi color de cabello natural.


Así me veía con el cambio de look


En 2014 vacié y me despedí de mi primer departamento, del primer hogar que había sido completamente mío, en el que había vivido tres años (mis primeros tres años como un adulto independiente) y que había mantenido con el fruto de mis esfuerzos y mi dinero. Me quedé sin casa y me volví verdaderamente nómada.

En 2014 aprendí a llorar de nuevo. A llorar con rabia, a soltar el cuerpo, a desanudar los sollozos que tenía atrapados en el pecho y que había aprendido perfectamente a reprimir para que nadie me viera llorar; recordé las grietas de mi voz, el resquebrajamiento de los hombros. Entendí que está bien ser frágil, ser vulnerable. Me di cuenta de cuánto extrañaba llorar.

En 2014 me di cuenta de que no era una mujer fuerte. Fue profundamente doloroso descubrir que era una mujer que sabía actuar para parecer fuerte. Que era orgullosa: todo lo que había logrado hasta ese momento había sido por orgullo o por miedo, pero no por fuerza verdadera. Me di cuenta de que la verdadera fuerza estaba en aceptar que no era fuerte.

De ser perfeccionista, me volví caótica, desordenada, irresponsable. Me volví libre.


Y comencé a verme así


En 2014 dejé de leer. O por lo menos dejé de forzarme a leer. Desde que había salido de la universidad, en junio de 2013, y había leído Cien años de soledad, no había vuelto a encontrar un libro que me llenara tanto como lo había hecho esa novela. No encontrar un libro me desesperaba, me dolía, me hacía perder el rumbo. Me hacía cuestionar el sentido de mi vida (sí, así de grave) porque, hasta entonces, el sentido de mi vida se basaba en eso: en leer y escribir. Y ahora no estaba leyendo. En 2014 dejé de intentar. Ya llegaría un libro.

En 2014 aprendí a relajarme. Hakuna matata, bro.

¡En 2014 aprendí a bucear! Sí, tenía que decirlo.

En 2014 descubrí la música: escuché a The Doors, Led Zepellin, Pink Floyd, Janis Joplin, The Rolling Stones, The Who, Black Sabbath, Pearl Jam, Bob Marley. Desde entonces, la música ha sido una revelación.

En 2014 aprendí a tejer Ojos de Dios y me obsesioné hasta tal grado que logré hacer grandes diseños complicados. Incluso di talleres para enseñarles a niños y adultos cómo hacerlos. (Dato curioso e inútil número 1.)


Con mi Ojo de Dios favorito, vigilándome


En 2014 decidí empezar a hacer las cosas bien y a afrontar las consecuencias de mis actos: pedí perdón a las personas que había herido, hablé con mis papás para intentar sanar una relación que los tres nos habíamos encargado de resquebrajar. Dejé de huir de las situaciones malas e incómodas.

En 2014 decidí aprender a perdonar. No por las personas que me han herido, sino por mí, para no cargar con resentimientos. No sé si todavía lo logro, pero lo estoy intentando. Y eso ya es algo.

Me perforé la ceja. Casual. (Dato curioso e inútil número 2.)

Y así me veía a finales de 2014. Me sorprende cuánto se puede cambiar por dentro y por fuera en tan sólo un año :)


Lo que más me hace feliz es que... me veo feliz :)

El 2014 fue un viaje para mí. No sólo en la dimensión espacial, sino uno en el que viajé dentro de mí. Creo que aquí no hay mejores palabras que agregar que las de “Volver a comenzar” de Café Tacvba:

Si hiciera un viaje a mis adentros
y sobreviviera a los lamentos,
pediría fuerzas para decir cuánto lo siento.
Si volviera en un viaje a mis adentros.

Y lo más emocionante es pensar qué me depara el año que comienza. Comenzaré mis 24 años viajando en enero de 2015 a Playa del Carmen para reunirme con los Bykings y comenzar a rodar en bicicleta hacia el sur hasta llegar, probablemente en un año, a Argentina.

Que comience el viaje :)


21 de diciembre de 2014



martes, 16 de diciembre de 2014

La acústica mágica de Chichén Itzá

La belleza visual de Chichén Itzá es indudable: la gigantesca e imponente pirámide Kukulcán, así como los relieves y los grabados perfectamente conservados en las paredes de los juegos de pelota y de algunas ruinas, son impresionantes. Sin embargo, lo que me llamó la atención cuando visité esta zona arqueológica, más que la obviedad del esplendor de sus edificaciones, fueron sus sonidos, tan distintos a los de cualquier otra ruina que haya visitado.


Los relieves en las paredes de las pirámides y las ruinas


La magia del sonido en esta zona arqueológica comienza desde las sílabas de su nombre: Chichén Itzá, que proviene del maya chi, que significa "boca"; che'en, "pozo", junto con itz, "mago o brujo" y , "agua". Su traducción aproximada sería "la boca del pozo de los brujos del agua". ¡Pero qué hermoso nombre! <3


Mascarón en una de las esquinas de La Casa de las Monjas. Para mí parece un brujo.


La pirámide de Kukulcán, también conocida como "El Castillo", pirámide en la que recae la fama de esta zona arqueológica, no por nada es una de las siete maravillas del mundo: gigantesca e imponente, de 24 metros de alto y 55.5 metros de ancho, es lo primero que encontramos cuando entramos a la zona arqueológica. Esta pirámide sorprende no sólo por su belleza visual, sino también por la precisión matemática, óptica y acústica con la que la construyeron los mayas. Cada uno de sus cuatro lados cuenta con una escalinata con 91 escalones, más un escalón que lleva al templo rectangular de la cúpula, lo que da un total de 365 escalones: el mismo número de días que tiene un año.


La típica foto de El Castillo... pero esta vez tomada por mí :D


Otro fenómeno de la pirámide de Kukulcán se da durante el equinoccio. En la base de la escalinata que da hacia el norte se asientan dos colosales cabezas de serpientes emplumadas, dedicadas al dios Kukulcán, representación maya de Quetzalcóatl. Durante el equinoccio, la luz y las sombras dejan ver el cuerpo del dios serpiente, que con el paso de las horas parece moverse y descender, mientras que su cabeza de piedra se conserva inmóvil en la base de la escalinata.


Detalle de una serpiente emplumada en la base del juego de pelota


Finalmente, por si esto fuera poco, la acústica se vuelve mágica en esta pirámide, pues si aplaudes frente a El Castillo, podrás escuchar con una nitidez asombrosa el sonido de un quetzal, el pájaro sagrado de los mayas.


Pájaros que devoran corazones humanos
en la Plataforma de las Águilas y los Jaguares


Visitar Chichén Itzá fue una experiencia única para mí porque, gracias a los sonidos que escuchaba durante todo el recorrido, me sentí inmersa en una atmósfera mágica, detenida en el tiempo. Como si las rebabas de un mundo perdido todavía se filtraran hacia el nuestro a través de sus sonidos, como si se hubieran quedado atrapados los vestigios acústicos de los mayas, aunque las fuentes que los producen ya sean invisibles para nuestros ojos: susurros de voces prehispánicas, fantasmas de quetzales, instrumentos musicales ocultos, unos labios jaguar que pronuncian un rugido como una oración felina, cascabeles de serpientes que no están ahí.


Serpientes que parecen agitar sus cascabeles desde los muros de las pirámides


Caminas escuchando la acústica mágica en el juego de pelota, donde el eco de las palabras se repite siete veces, o donde las palabras susurradas de un lado de la cancha se escuchan con total perfección del otro lado de la cancha; caminas entre las pirámides escuchando rugidos de jaguar que no sabes si son reales o imaginarios, pero que en realidad son producidos por hermosos instrumentos musicales de cerámica, decorados con resina de ceiba y pintados a mano; escuchas instrumentos musicales de madera y de viento, marimbas y flautas que imitan los silbidos de los pájaros.


Uno de los aros del juego de pelota


Así que para la próxima vez que visiten Chichén Itzá, les aconsejo: Déjense atrapar por el asombro que produce la belleza de sus pirámides y monumentos, pero no dejen de escuchar los fantasmas de ese pasado que viene a hablarnos entre las ruinas.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Lista exprés de lugares (no tan turísticos) que visitar en Quintana Roo

Cuando viajamos por Quintana Roo es muy fácil visitar los mismos destinos turísticos de siempre: la zona hotelera de Cancún, la Quinta Avenida de Playa del Carmen, la islas de Cozumel e Isla Mujeres, así como los parques ecoturísticos de Xcaret, Xel Há y Xplor, pero éste es un estado en el que abunda el agua: hay cientos de playas y cenotes escondidos (y mucho más baratos) a los que podemos ir. De esta forma, visitaremos lugares vírgenes (o casi) y con pocos turistas, además de que contribuimos a la economía de los negocios locales y no a las colosales empresas turísticas.

Aquí dejo una lista con siete lugares que visité:

1. Xcacel.

Esta playa es considerada el paraíso del surf y una de las más hermosas playas vírgenes de la Riviera Maya por su larga extensión sin desarrollos turísticos, por lo transparente de sus aguas (a las que todavía no llega la contaminación de los hoteles) y por la intensidad de sus colores: los azules del mar y del cielo, junto con el blanco de la arena y lo verde de la selva que la circunda.

Ésta fue nombrada, además, el santuario de las tortugas marinas, así que puedes realizar varias actividades de ecoturismo que organiza la asociación civil Flora, Fauna y Cultura de México: puedes observar cómo las crías de tortuga se internan en el mar después de eclosionar de los huevos o admirar el espectáculo de una tortuga adulta poniendo huevos durante la noche.

Si quieres vivir una experiencia intensa y estar más en contacto con las tortugas, puedes participar durante uno o dos meses como voluntario para ayudar en la conservación de esta especie en peligro de extinción y vivir en el campamento que Flora y Fauna mantiene en esta playa de mayo a octubre de cada año.

Si te interesa saber más sobre Xcacel, lee el artículo completo aquí.

Para saber más sobre la experiencia de voluntariado en el programa de conservación de tortugas marinas, haz click aquí.


La playa de Xcacel



2. Cenote Manatí (o Casa Cenote).

Éste es uno de los varios cenotes que encontrarás a lo largo de la carretera federal entre Playa del Carmen y Tulum. Sin embargo, éste es mucho más barato que otros cenotes más famosos, como Dos Ojos, en los que te cobran $250.00 pesos la entrada, mientras en el cenote Manatí te cobran sólo $40.00.

La magia de este cenote se encuentra en que es un circuito de hermosas aguas verdes y cristalinas circundadas por metros y metros de manglares. Ya sea nadando o esnorqueleando, podrás recorrer este cenote en más o menos media hora ó 45 minutos, aunque también cuentas con la opción de bucear en él y así poder internarte en algunas de sus pequeñas cuevas submarinas, decoradas con las asombrosas raíces de los mangles.

Este cenote fue nombrado así ya que se encuentra conectado con el mar abierto a través de una impresionante cueva submarina. Se dice que hace unos años todavía se podía ver en el cenote a algunos manatíes que lograban cruzar del mar abierto a las aguas dulces del cenote, pero desgraciadamente desde hace más de 50 años no se ha tenido el avistamiento de ningún manatí.


3. Cobá.

Una zona arqueológica mucho menos visitada que Tulum o Chichén Itzá, éste es un paraíso escondido en medio de la selva.

Para llegar a ella debes tomar la carretera de Tulum hacia Mérida, y en aproximadamente 45 minutos encontrarás un señalamiento que te llevará hasta las ruinas. Éstas se encuentran casi perfectamente conservadas: podrás admirar la Iglesia, el Observatorio, los juegos de pelota y, por supuesto, su pirámide más famosa por ser una de las más altas de la región con 45 metros de altura, Nohoch Mul. Además, ésta es una de las pirámides a las que el INAH todavía deja a los turistas subir para que puedan admirar el impresionante paisaje que se puede observar desde sus alturas: 360 grados de verdor infinito, un bosque eterno donde sea que poses la mirada.

La extensión de las ruinas es muy grande, así que te recomiendo que rentes una bicicleta en la entrada de la zona arqueológica para que puedas disfrutar y divertirte al ir de una pirámide a otra. Pasearás por un sendero lleno de árboles y podrás admirar la vegetación que poco a poco devora algunas de las ruinas. También puedes hacerlo caminando, pero la verdad es que puede llegar a ser mucho más cansado y pesado que en bici (a veces tienes que recorrer un par de kilómetros entre una pirámide y otra dentro de la zona arqueológica, y en bicicleta esas distancias ni se sienten).


El Observatorio en Cobá



4. Cenotes Choo Há, Multum Há y Tankach Há.

Algo curioso es que muchas de las personas que visitan Cobá desconocen los tres cenotes que se encuentran cerca de la zona arqueológica. Incluso uno de los trabajadores de la zona, cuando le preguntamos, nos dijo que sólo encontrar los cenotes ya consistía en toda una aventura. Y tenía toda la razón.

Cuando decidimos buscar los cenotes, Walter, un amigo que conocí en el campamento tortuguero de Xcacel, y yo rentamos un par de bicicletas y nos aventuramos pedaleando a lo largo del lago Cobá, que se encuentra a las afueras de las ruinas. Cuando llegamos al inicio de una carretera, nos dimos cuenta de que los cenotes estaban mucho más lejos de lo que esperábamos, pues un letrero indicaba que debíamos recorrer siete kilómetros para llegar.

Pedaleamos durante 20 minutos, cuando de pronto nos sorprendió la lluvia. Tuvimos que buscar refugio bajo los árboles hasta esperar a que pasara. Sin embargo, el cielo estaba completamente nublado y no parecía que fuera a escampar, por lo que continuamos con nuestro recorrido. Cuando llegamos al primer cenote, estábamos completamente mojados. Pero eso no nos detuvo, decidimos continuar y llegar hasta el cenote más alejado para luego visitar los otros dos de regreso. Fue una excelente decisión, pues gracias al clima terrible, a lo alejado del cenote y al camino de terracería, lleno de hoyos e irregularidades, éramos prácticamente los únicos que entramos ese día a Multum Há, un cenote cerrado que se encuentra a 16 metros debajo de la superficie.

De aproximadamente seis a siete metros de profundidad, nunca he visto un cenote más grande y de aguas más cristalinas y azules que éste. Sin embargo, también era sobrecogedor encontrarse en un lugar encerrado a tantos metros de profundidad de la tierra, con una bóveda cubierta de estalactitas y sombras profundas debajo del agua. Después de verlo, entendí el respeto y la reverencia que le tenían los mayas a los cenotes, que eran considerados la entrada al inframundo.

Otros cenotes menos impresionantes, pero también muy bellos son Choo Há y Tankach Há, en los que se pueden admirar sus estructuras de estalactitas y estalagmitas.


Las aguas perfectamente cristalinas de Multum Há



5. Reserva ecológica Siaan Ka'an.

Aunque desafortunadamente la única forma de disfrutar todos los hermosos paisajes de esta reserva, así como de avistar la cantidad de animales que ahí habitan es a través de un tour (me da rabia la idea de que un lugar protegido se convierta en un negocio), puedes aventurarte (como lo hicimos nosotros) a recorrer la reserva en bicicleta y así poder admirar algunos de los asombrosos paisajes y playas de este lugar.


Yo parchando la cámara de la llanta de mi bici, cuando se me ponchó en Sian Ka'an



6. Laguna Kaan Luum.

Pasando el pueblo de Tulum, siguiendo por la carretera que conduce a Felipe Carrillo Puerto, se encuentra escondida la laguna de Kaan Luum, que forma parte de la reserva de Siaan Ka'an.


El muelle de madera de la laguna Kaan Luum


Ésta es una laguna que en ciertas épocas del año luce hermosas aguas turquesa y en otras un bellísimo color jade. Después de atravesar un camino rodeado de selva (¡y tábanos! ¡No olvides tu repelente biodegradable! Para más tips para viajar por el sur de México, da click aquí), llegarás a un muelle de madera que te llevará casi hasta el corazón de la laguna, donde te sorprenderá ver cómo cambia el color de las aguas: en medio de la laguna, un monstruoso cenote de 25 metros de diámetro y 85 metros de profundidad oscurece el tono del agua con el verde de sus profundidades. Simplemente el nadar sobre este cenote es inquietante, pues es como si el abismo que se encuentra debajo de ti fuera casi palpable.


El cambio de color en las aguas, que indican dónde se encuentra el monstruoso cenote...



7. Holbox.

Ésta es una hermosa isla al norte de Quintana Roo, bordeada de manglares y rodeada por un mar jaspeado. En esta hogareña isla por sus pequeñas construcciones y sus caminos de arena podrás nadar con tiburones ballena y avistar flamingos en libertad (en temporada), caminar sobre bancos de arena en medio del mar, así como nadar de noche en el mar y ver bioluminiscencia.

Puedes leer el artículo completo que escribí sobre Holbox, da click aquí.



martes, 18 de noviembre de 2014

Tips para viajar por el Caribe mexicano (con poco presupuesto)

Aquí dejo unos cuantos tips para todos los mochileros que quieran viajar a Quintana Roo y a Yucatán, y quieran disfrutar de un viaje largo en una de las más hermosas regiones de México y, por lo mismo, una de las más turísticas y costosas del país.


Los tips

1. Viaja en temporada baja.

Cancún, Playa del Carmen y la Riviera Maya en general son lugares bastante caros, pero en temporada alta lo son aún más. Trata de viajar cuando no sea temporada de vacaciones y verás cómo encontrarás hospedaje y hasta boletos de avión mucho más baratos que en temporada alta.


2. Checa el clima.

No hacerlo puede arruinar tu viaje. Trata de evitar la temporada de lluvias y ciclones, pues todos las actividades y atractivos que valen la pena son al aire libre. Si hace mal clima, no podrás disfrutar de la playa ni de los cenotes.


Checa el clima para no perderte hermosos paisajes como éste en Holbox


3. Transporte.

Cuando te muevas dentro de Playa del Carmen, trata de usar siempre el transporte público. La verdad es que el lugar es tan pequeño que puedes llegar a casi todos lados caminando, así que yo te recomendaría caminar o incluso conseguir una bici para moverte por aquí.

Si viajas desde Playa a Cancún o a Tulum, trata de usar siempre el colectivo. La carretera federal Cancún-Tulum es muy segura, así que te recomiendo que cuando viajes, lo hagas de día para que puedas pedir ride. La gente es muy amable, y ya sea un turista extranjero, un trailero, un buzo buena onda, o incluso un taxista te pueden dar un aventón. Sin embargo, de noche es más difícil conseguirlo porque la carretera es muy oscura y los automovilistas no se detienen ya sea porque no te ven o porque no quieren arriesgarse a levantar a alguien de noche.

Si quieres viajar a lugares más apartados, como Cobá o Valladolid, utiliza los camiones Mayab, que son los camiones "de segunda" de ADO y puedes comprar los boletos en las mismas terminales que éstos.

Pero nunca, nunca, utilices taxis ni camiones ADO ni mucho menos tours (ir al punto 8). Sus precios y "comodidades" están pensados para turistas con un mayor poder adquisitivo cuando tú como viajero lo único que necesitas es llegar de un lado a otro, sin importar cómo.


4. Checa los descuentos.

En muchas zonas arqueológicas la entrada es gratuita para mexicanos los domingos. En temporada baja también encontrarás muchísimos más descuentos y promociones.


Las flores moradas de un domingo en las ruinas de Tulum


5. Usa Couchsurfing.

Esto no sólo aplica para el Caribe, sino para cualquier viaje. Así sólo te tendrás que ocupar de los gastos de comida y transporte.


6. Comida.

Siempre puedes pedir comida y habrá alguna fonda o una pizzería italiana que te tenga empatía y quiera ayudarte en tu viaje regalándote comida. Pero si no, trata de comer lejos de la zona turística. Puedes encontrar cosas increíbles como hamburguesas de 20 pesos o pan de dulce de tres.


7. Cuidado con la vida nocturna.

Este punto es uno de los más importantes que hay considerar cuando se viaja por Playa del Carmen o Cancún, pues son lugares que son famosos no sólo por su belleza natural, sino por su ambiente de fiesta, drogas y alcohol perpetuo.

La primera cosa que me dijeron cuando llegué a Playa del Carmen fue que me cuidara de la fiesta. Al principio no tomé en serio esta advertencia porque a mí nunca me ha gustado ir a antros, pero después descubrí que esta advertencia es cierta para todos: la fiesta puede perderte. Aunque no tomes ni fumes ni bailas. Al final terminas bailando música electrónica y con una resistencia al alcohol muy grande. Pero ahí detente. Cuidado con la fiesta.


En lugar de fiestear, mejor saca la bici a pasear a lugares como éste, en la reserva de Sian Ka'an


8. No contrates tours.

Como comentaba en el texto que escribí sobre Valladolid (que puedes leer aquí), los tours normalmente cobran precios exagerados por las mismas atracciones que puedes descubrir a pie o en bicicleta.

Aunque lo que escribí sobre Valladolid es un poco más detallado, aquí describiré uno de los ejemplos que más rabia me dieron cuando vine a Playa del Carmen, porque sentí que los guías turísticos se aprovechan del desconocimiento del turista para cobrarle lo que les viene en gana.

En la playa de Akumal, que en maya significa "la tierra de las tortugas", los guías te asedian en cuanto pones un pie en la arena tratando de venderte un tour para esnorquelear y ver a las tortugas marinas nadar y alimentarse en el fondo del mar. Tú inmediatamente aceptas, pues tu emoción por ver una tortuga es mucho mayor que tu raciocinio en ese momento, además de que crees que si hay un guía ofreciéndote un paquete es porque se necesita a alguien que te enseñe dónde se encuentran las tortugas para poder verlas. Sin embargo, lo único que hacen es darte un equipo básico de snorkel (que tú mismo puedes llevar: aletas, esnórquel, visor y chaleco), marearte un rato caminando por la playa para luego llevarte al mismo lugar al que llegaste y meterte al mar, donde encontrarás a las tortugas nadando a cinco metros de la costa, cosa que pudiste haber hecho desde el principio tú solo y sin guía alguna.


Sin tours llegas a escaleras como éstas, que son como las bocas del abismo: 
te llevan a la entrada al inframundo, al mundo de los cenotes


La ruta

Después de llegar al aeropuerto de Cancún, toma un autobús o un colectivo a Playa del Carmen (los colectivos están fuera, tienes que salir del aeropuerto para tomarlo).

Playa es más pequeño y acogedor que Cancún (que a mí en lo personal no me gusta nada, se me hace una ciudad agringada y fea, y sus playas no son tan bonitas como las de la Riviera Maya) y tiene una muy buena vida nocturna (La Salsanera es uno de mis lugares favoritos porque bailas salsa y bachata toda la noche, pero también está La Santanera si te gusta la música electrónica, La Vaquita si te gusta la música de moda, o Shots Factory para tomarte unos tragos coquetos a buen precio. Puedes encontrar los antros abiertos todas las noches de la semana en la Quinta Avenida, en la calle 10 ó en la 12), además de que te quedan cerca todos los destinos paradisiacos de la Riviera Maya.

De Playa del Carmen puedes moverte en colectivo a casi cualquier parte. Los colectivos se encuentran en la Calle 2, entre la Avenida 25 y la Avenida 20, y lo máximo que te pueden cobrar (su destino más alejado es Tulum) son $35 pesos. No dejes que te vean la cara de turista y que te cobren de más.


Las bellísimas playas de Tulum


De Playa del Carmen puedes visitar Akumal, una playa cuyo nombre significa "tierra de tortugas", donde podrás esnorquelear y ver tortugas marinas alimentándose de pasto marino en el fondo del mar; puedes ir a Xcacel, el santuario de las tortugas marinas (lee el artículo completo sobre Xcacel aquí); nadar en cada uno de las decenas de cenotes que se encuentran a lo largo de la carretera de Playa a Tulum; visitar las ruinas de Tulum o incluso pasear por las calles de este pueblito y meterte en sus playas, que tienen la reputación de ser las más hermosas de toda la Riviera Maya).

Una vez que llegas al aeropuerto de Cancún (si es que llegas de esta forma), una de las rutas que puedes seguir para conocer una parte de Quintana Roo es la siguiente (que es más o menos la que yo seguí, pero de forma interrumpida por las lluvias y las alertas de huracán):

De Cancún a Playa del Carmen. En Playa tomas la carretera federal a Tulum y puedes hacer varias paradas: primero en Akumal, luego en Xcacel y luego en alguno de los varios cenotes que se encuentran sobre la carretera, como el Cenote Manatí. Al llegar a Tulum y después de visitar las ruinas y sus playas puedes subir a Cobá, a Valladolid, Holbox, Cancún y luego a Playa de nuevo.


Y las playas de Xcacelito, por Xcacel


Qué llevar en tu mochila

1. Bloqueador solar biodegradable (si no es biodegradable, en muchos parques, playas y cenotes no te dejarán utilizarlo. Además, vamos, hay que cuidar las bellezas naturales de nuestro país).

2. Repelente para mosquitos. De nuevo, biodegradable. Los mosquitos abundan, más en temporada de lluvias, ¡así que no lo olvides!

3. Traje de baño (duh).

4. No tienes que cargar con el visor, el esnórquel y las aletas desde casa. Puedes encontrarlos aquí a muy buen precio y te ahorras el peso extra.

5. Gorra o sombrero. Lo agradecerás.

6. Credencial de estudiante. Indispensable, tendrás muchos descuentos, sobre todo en zonas arqueológicas.

7. Playeras y shorts de colores claros. Ni se te ocurra traer colores oscuros porque si no sufrirás el calor aún más.

8. Pantalones largos y playeras de manga larga. Aunque no lo creas, son necesarios a pesar del calor porque en muchas zonas arqueológicas y muchos lugares vírgenes que seguro desearás visitar estarán en medio de la selva y te asediarán los mosquitos.

9. Vestidos o faldas para las señoritas y camisas de vestir para los varones: Sí, es inevitable, esta zona también es famosa por su vida nocturna, así que para que no sufras como yo porque no trajiste maquillaje o ropa bonita para salir de noche, mejor trae un solo outfit (¡uno, no diez!) desde tu casa.

10. Chanclas, pero también zapatos cerrados. Las chanclas para la playa, pero los zapatos cerrados para las zonas arqueológicas y la selva.




11. Impermeable: Para ti y para tu mochila. O aún mejor: una bolsa de basura, una para ti y otra para tu mochila (he comprobado que es el mejor impermeable y el más barato).

12. Toalla: Pero no cualquiera, hay unas toallas mágicas que utilizan los nadadores (yo las conocí gracias a los buzos con los que conviví en Playa del Carmen) que son pequeñas, ligeras y súper absorbentes, pero lo mejor es que cuando terminas de usarlas, ¡las exprimes y se secan! Son una maravilla y ocupan muy poco espacio.


Opcional:

11. Si eres más aventurero (como yo, jaja), puedes cargar con tu hamaca, tu mosquitero y tu sleeping bag. Nunca falta el lugar en el que tengas que acampar, y créeme, vas a agradecer que trajiste tu hamaca (para no dormir en el suelo, que o es de arena y está lleno de cangrejos, o es de selva y tiene toda clase de bichos y serpientes), que puedes cubrir con tu mosquitero (y no sufrir los diez mil mosquitos que te picarán uno tras otro toda la noche y no te dejarán dormir) y acomodarte en tu sleeping bag (aunque es una zona calurosa, muchas veces llueve y hace mucho viento, por lo que pasarás una noche fría y húmeda si no llevas sleeping).