viernes, 10 de octubre de 2014

Xcacel, el santuario de las tortugas marinas

Durante todo el mes de septiembre viví la experiencia de ser tortuguera en este paraíso de blancos y azules cegadores que es Xcacel, una playa virgen de un kilómetro de largo que se encuentra en el camino entre Playa del Carmen y Tulum, en Quintana Roo, México, que ha sido nombrada santuario de la tortuga marina porque cada año la tortuga blanca (Chelonia mydas, también conocida como "tortuga verde") y la caguama (Caretta caretta) llegan a sus orillas para desovar.




Xcacel es una pintoresca playa en la que se puede ver a los surfers montando las olas frente a dunas de arena de un blanco incandescente que están sembradas de estacas que señalan dónde se encuentran los nidos de tortuga. El primer día que llegué a esta playa lo que más me impresionó fue la suavidad de la arena y al mismo tiempo la intensidad de su blancura, los azules del mar (estoy segura de que deberían existir cientos de nombres distintos para todos los tonos de azul que encontré), el rumor tibio y húmedo de la selva que rodea la playa y los filos de las rocas que muerden y delimitan sus orillas. 




En este paraíso perdido no hay más construcción que la cabaña de techo de palma en la que dormimos en hamacas, dos corrales hechos con redes de pesca para cuidar los nidos de tortuga y el puesto de vigilancia de los salvavidas, hecho con palos y troncos de palmera. Al ser un lugar protegido, después de las 5:00 de la tarde se cierra el acceso a los turistas, por lo que muchas tardes tuve el privilegio de ser la única persona caminando a la orilla del mar mientras atardecía, con un kilómetro de playa virgen sólo para mí.




Entre palmeras y árboles tropicales, hay algunos caminos rústicos en la selva que están abiertos al público y que se pueden recorrer. Además de la belleza de algunos paisajes que se abren hacia el mar y en los que se combina el cielo, el mar, la arena y la vegetación de la selva, si se guarda silencio se pueden escuchar los silbidos de todo tipo de pájaros y poco a poco se comienza a ver los animales que se esconden en la selva: iguanas verdes y negras, serpientes (una vez encontramos una nauyaca, una de las especies más venenosas del estado), cangrejos ermitaños que arrastraban conchas azules del tamaño de mi puño, incluso sabíamos que por la noche deambulaba un jaguar y sus dos crías, además de jaguaríes y ocelotes, pues Xavier Robles, un biólogo que también era voluntario en el campamento tortuguero, había identificado las distintas huellas que dejaban los felinos en la arena.




Si te internas en estos caminos por la selva, poco a poco la vegetación comienza a ser la de un manglar, y tras cruzar un pequeño puente en medio de la selva se abre ante tus ojos un bellísimo cenote de aguas verdes y cristalinas rodeado de mangles: el cenote Xcacelito. En sus frescas aguas se puede snorkelear y admirar su fondo, en el que duermen gigantescas piedras rectangulares que invitan a pensar en las ruinas de un templo maya.




Además de tomar el sol en una playa a la que llegan escasos turistas y nadar y snorkelear en el mar y en el cenote, no dejes de contactar a la asociación civil Flora, Fauna y Cultura de México para presenciar la liberación de crías de tortuga cuando se internan al mar al atardecer o el espectáculo de una tortuga adulta desovar en la noche.

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